Jueves, 28 de Noviembre 2024

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No hay batalla definitiva, hay el batallar

Por: Augusto Chacón

No hay batalla definitiva, hay el batallar

No hay batalla definitiva, hay el batallar

País pasteurizado en busca de causa, de una que al menos apunte a que ciertas nociones de la democracia electoral son compartidas y defendibles: la autonomía del organismo encargado de organizarlas y de velar, más o menos, por la calidad y legalidad del gasto de los partidos, autonomía de la que es posible en una nación en la que las redes del poder público y algunas del privado están enmarañadas -voluntaria y convenencieramente enmarañadas-; autonomía en México, en donde no pocos de las y los intelectuales que descuellan en la arena pública han paseado su plumaje, con muchas millas acumuladas, por entre el pantano dual de los intereses de grupos de toda laya y los políticos. 

Otros valores a defender del INE: lejanía del juego extralegal de los poderes constituidos, pero otra vez: tanta como esté al alcance; instituciones electorales contrapeso de los partidos que representan la fatalidad en toda fórmula que se plantee para incrementar el nivel de la democracia: se las han ingeniado para ser origen y destino de cualquier modificación que se quiera hacer al esquema electoral; instituciones electorales dirigidas y gestionadas en buena medida por personas ajenas a los requiebros de la política de la que por acá se ejerce, cuyos agentes principales, actualmente la camarilla del Presidente, practican con denuedo la cooptación indiscriminada, sin límite de pudor y menos de presupuesto.

País pasteurizado, caliente hasta medio grado antes de la ebullición por el manotazo que el presidente en turno pretende dar al Instituto Nacional Electoral y transformarlo en su Gólem particular, para vengar las afrentas que su peculiar psique ha coleccionado en décadas (venganza de índole casi religiosa que, de paso, podría servirle para que sus chances de mangonear las posteriores sucesiones crezcan, federales y locales). 

País pasteurizado que un día después de casi hervir puede enfriarse al punto de una hibernación que lo lleva a la apatía que la clase política toma como patente de corso que hace valer mediante mayorías legislativas espurias y para tomar decisiones atenida a los deseos de sus integrantes autoproclamados, cada seis años, o cada tres, según, salvadores de la patria que, sin embargo, no han conseguido sino que la corrupción apenas sufra mella, que la pobreza y la desigualdad estén instaladas con firmeza y que la inseguridad sea efecto de haber cedido territorio y una porción de control social al crimen organizado.

Hoy, domingo 13 de noviembre, en más de cincuenta ciudades de México, ciudadanas y ciudadanos están convocados para manifestarse; en Guadalajara será frente a la sede que el INE tiene en la ciudad, próxima a La Minerva. 

Se busca dejar asentado el repudio a la propuesta lopezobradorista de reforma electoral. Pero, en verdad, ¿este asunto puso al país a punto de ebullición? Al menos una parte de la opinión pública atendible en muchos medios de comunicación y en una parte de las redes sociales (partes que nunca alcanzan para afirmar que sean mayoría, a pesar de que tengan picos de notoriedad) indican que sí, que una cantidad significativa de la gente se opone, aunque las encuestas y la inercia añeja de la escasa participación asimismo sugieren que esa cierta opinión pública podría haber creado un espejismo por el exceso de mirarse a sí misma para evaluar al todo, que son unos cuantos los inconformes y, en consecuencia, las manifestaciones podrían diluirse por falta de densidad. Ojalá no, porque a los ojos de la Presidencia de la República su patente de corso ganaría su valor de cambio (sí, puede ser más) y la tribu que lidera estaría en vías de ser inamovible.

Pero, considerar la cantidad de personas que toman la calle, estimuladas por la inconformidad, ¿hace más o menos legítima la alarma que prendió la ocurrencia del Presidente de transformar al INE? No. Su proposición, salvo por algunos detalles rescatables, luce perversa: quitar a los Estados la potestad sobre sus procesos electorales internos para concentrar todo lo electoral, y el diseño de los congresos locales y los ayuntamientos, en el vecindario de Palacio Nacional; dar a los partidos más poder al convertir a todos los legisladores en plurinominales; entregar a los tres Poderes injerencia en la selección de consejeros, y a las y los candidatos a serlo ponerlos a hacer campaña por todo el país para que sean votados en elección popular, como si lo que nos hiciera falta fueran campañas electorales y dinero para financiarlas, más allá de la pericia que quienes sean postulados pudieran tener. Por mencionar sólo algunas de las características del plan desfigurador de la democracia.

Al final, el Presidente ha conseguido meter a México en la lógica de medir la calidad de las iniciativas públicas por la cantidad de manos alzadas. De ahí la importancia de que las manifestaciones de hoy sean más que aritmética simple; en lo político (marchar, plantarse, son actos políticos, de los buenos) por el fondo que las anima: no sólo mostrar peso, también conocimiento sobre lo que se exige no pase, es deber de todos los que vemos sentido a tomar la calle comunicar, no adoctrinar, y hacerlo horizontalmente, para convencer, no elevados en el pedestal de un supuesto saber más, y claro, marchar, plantarse, asidos a un talante ético que nos distinga del Presidente, que ha insultado sin rubor a sus oponentes con adjetivos que lo califican a él, no a quienes miran la democracia de otro modo. 

En breve: lo que López Obrador pretende es malo no porque viene de él, sino por lo que implica para la vida de las mexicanas, de los mexicanos. Ya la Historia le acomodará los epítetos que lo ponderarán con justeza, como persona y como político. Cosa de tener paciencia.

En tanto, y dependiendo de a qué hora este texto sea leído (si acaso es leído): nos vemos por el rumbo de La Minerva o: qué bueno que nos encontramos esta mañana, en lo que deseo será muestra de que no todo ha sido pérdida.

agustino20@gmail.com

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