Simón Levy, en “El Financiero” (VI-8-20), escribió que “Los seres humanos no somos víctimas de nuestras circunstancias; tenemos el poder creador y transformador de realidades…”.La frase, en tiempos de confinamientos, de obligadas renuncias a la normalidad que sabrá Dios hasta cuándo vayan a prolongarse, tiene, felizmente, plena vigencia. Sería la moraleja obligada, verbigracia, de las entrevistas -accesibles en YouTube- con Gustavo Gimeno, director de la Orquesta Sinfónica de Luxemburgo (y cuyo debut como titular de la Sinfónica de Toronto, a más de un año de su designación, sigue en suspenso). Refería Gimeno que la noticia de que los conciertos programados quedaban suspendidos hasta nuevo aviso, llegó en el receso de un ensayo; él propuso continuar... y los músicos accedieron.-No tocaremos para el público -les dijo-: esta vez lo haremos para nosotros.En los conciertos “virtuales” que muchas orquestas -e incluso los solistas habituales de la temporada del Met de Nueva York- han ofrecido desde hace un año que todos los teatros se cerraron, esa ha sido la consigna: no al silencio; no claudicar. Las salas están vacías… pero seguramente habrá público, multiplicado, mediante las modernas plataformas que han abatido fronteras físicas y límites temporales.La imposibilidad de asistir a conciertos, a la usanza tradicional, por lo demás, ha abierto la posibilidad de acceder a obras de autores injustamente olvidados. Las circunstancias, así, propician el “descubrimiento” de obras prácticamente desconocidas, y que casi nunca… (o sin el “casi”) se programan. Sería el caso, por ejemplo, de las varias sinfonías, notables, bellísimas todas ellas, de Joseph Martin Kraus, compositor alemán de finales del siglo XVIII que desarrolló en Suecia la mayor (y mejor) parte de su carrera, y que ha sido llamado “el Mozart sueco”. O de las sinfonías y conciertos de Karl Ditters von Dittersdorf (de quien se sabe que participó en Viena, alrededor de 1785, en veladas con cuartetos de cuerdas, a cargo -¡quién hubiera vivido entonces para verlo!- de Haydn y Dittersdorf en los violines, Johann Baptist Vanhal en el cello y Mozart en la viola), absolutamente eclipsadas por su célebre concierto para arpa que fue una de las tarjetas de presentación de Nicanor Zabaleta. O de los conciertos para cello de Antonin y Pavel Vranick: joyas ignotas hasta ahora para muchos, pero descubiertas -¡bendita paradoja!- gracias a la adversidad reinante.