Rommel tiene tres años y recién comenzó a hablar. Poco antes de que cumpliera dos años, sus papás -una profesora y un médico- empezaron a preocuparse porque el pequeño no decía una sola palabra; para comunicarse señalaba lo que quería o hacía algunos sonidos guturales, pero no hablaba nada. En el kínder les dijeron que era un retraso en el desarrollo del lenguaje, algo cada vez más común en las niñas y niños que nacieron durante la pandemia. Se trata de los infantes que durante sus primeros años de vida crecieron prácticamente aislados por el COVID-19, con poca o nula socialización y rodeados de personas con medio rostro cubierto. Se les ha empezado a llamar generación “pandemials”, “niños covid” o generación pandémica.Recientemente la Universidad Autónoma de Madrid publicó un estudio sobre ello, titulado “El efecto de la pandemia sobre el desarrollo del lenguaje en los dos primeros años de vida”. Es una investigación donde evaluaron el nivel de vocabulario y morfosintáctico (la habilidad para producir frases cada vez más complejas) de niños y niñas de entre 18 y 31 meses, divididos en dos grupos: nacidos antes y durante la pandemia.“El desarrollo lingüístico de los niños y niñas nacidas en pandemia y, por lo tanto, en un contexto de confinamiento y aislamiento social es más lento que el observado en niños y niñas nacidas en los años inmediatamente anteriores a la pandemia”, determinó el estudio, que puede consultarse en el portal del National Center for Biotechnology Information.“La limitación en las posibilidades de escolarización, la restricción de relaciones sociales y de movilidad, así como la interacción social mediada por las mascarillas, han podido contribuir de manera muy importante a que las primeras interacciones comunicativas de estos niños y niñas hayan sido diferentes no solo en cantidad sino también en términos cualitativos”.Rommel es uno de esos pequeños que nacieron en el 2020, en plena pandemia, y cuya socialización durante sus primeros años de vida se limitó al ambiente intrafamiliar. A ello se le suma el uso del cubrebocas, que a la par de proteger de los contagios también se convirtió en una barrera para el lenguaje no verbal, sin poder reconocer siquiera una sonrisa.“El mayor retraso de desarrollo que tuvo fue en el habla, pero porque desde que nació no salió de casa, no convivió con otros niños y sólo escuchaba nuestras voces, pero no veía los labios cuando le hablábamos, ya que nos tapaba el cubrebocas y el aprendizaje por imitación en la articulación de las palabras se le retrasó”, explica el papá de Rommel, quien además es médico y los primeros meses de vida de su hijo siempre tuvo que utilizar cubrebocas.El COVID-19 dejó estragos en todas las generaciones, desde las secuelas por los contagios hasta severas crisis económicas y problemas de salud mental, que a la fecha siguen evaluándose. Y en medio de todo ello, la pandemia puso también un invisible cubre bocas al habla de los niños y niñas, la generación “pandemials” que -como Rommel- hoy seguramente comienzan a decir sus primeras palabras, ante la alegría de su familia porque por fin les escuchan hablar.Instagram: vania.dedios