Viernes, 22 de Noviembre 2024

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Ni una más

Por: Paty Blue

Ni una más

Ni una más

Parece que los años, contraviniendo la quimera de que nos vuelven más sabios o más dueños de juicio, a mí no acaban de enseñarme a sacar provecho de las malas  experiencias, para no repetirlas, y lo peor, sin que nadie me obligue a caer de nuevo en el agujero que juré no volver a visitar.

Tal como lo hice hace un trienio, y no obstante haber salido de ahí cantando “No volveré”, cedí a la provocación de acudir una vez más a una de esas insustanciales reuniones de vetustas compañeras de tiempos más idos que la Constitución que estamos por conmemorar, para ponernos al día de lo que ha evolucionado nuestra biografía desde aquellos remotos ayeres cuando la pura casualidad nos hizo coincidir en la misma aula escolar, bajo la batuta de maestros que, si ni siquiera su nombre recordamos, cuantimenos lo que hayan podido sembrar en nuestras rudas entendederas adolescentes. Y con eso de que tales vivencias que culminaron con una graduación de toga y birrete, más la promesa entre lágrimas de no olvidarnos y seguirnos viendo ocurrieron hace exactamente medio siglo, se imponía un especial tripudio en honor de las sobrevivientes y a la memoria de quienes no alcanzaron a llegar a tan significativo fandango.

Para efectos de genuina honestidad, debo admitir que este tipo de reuniones nunca me cayeron en gracia porque siempre me parecieron un ocioso pretexto para hacer un recuento de los daños que cada año acentúan las canas, lonjas y arrugas de quienes no consiguieron un futuro sólido mediante el casorio con quien les pagara las cirugías.

Mas, lo realmente empachoso en la edición conmemorativa que hubo lugar hace unas semanas fue que, por tratar de esquivar a algunas interfectas con quienes conviví a lo grande y me aburrí de lo lindo durante la última edición, la vida castigó mis discriminatorias intenciones al ubicarme, por los sinuosos designios de la voluntariosa organizadora que armó la logística del evento, justo al lado de la solitaria e insufrible “cerebrito” cuyo deporte favorito, desde tiempos inmemoriales, consistía en refregarnos nuestra ligereza al tiempo de elogiarse a sí misma y autoproclamarse como redentora de nuestra supina e ignominiosa ignorancia. Lo peor fue constatar que aquel portento de inteligencia, cultura, lustre y mundo, con la edad afinó su prepotencia para atarantarme durante toda la velada con el pomposo recuento de sus proezas intelectuales, artísticas y laborales, sin concederme un escape digno hacia otra interlocutora a mi diestra, porque me tocó sentarme a la mesa junto a un pilar poco dispuesto a la conversa.

Creo que mejor me habría ido si hubiera procurado la compañía de las frívolas cacatúas que en el pasado esquivé porque sé que, al menos me habría enterado de cuáles promesas estudiantiles fraguaron, y cuántas más quedaron apenas cuajadas en ese camino que las monjas suponían habernos dejado listo para la conquista. Por ellas, que consiguieron su único derrotero de casarse “bien” y divorciarse “mejor”, me habría puesto al tanto de lo último en modas y tendencias que me habrían resultado más entretenidas y menos asfixiantes que los aspavientos de la insuflada intelectualoide.

Mucho, ciertamente, hemos cambiado todas desde nuestros ayeres preparatorianos, y resulta curioso enterarse de que casi ninguna terminamos acometiendo el oficio para el que pintábamos por entonces, pero tampoco caímos en la insolvencia moral que más de alguna monja apocalíptica nos adelantó, por nuestra total carencia de rigor y disciplina. Pero ora sí, se los juro por Dios que me mira, aunque sin decirlo llorando de rabia, “No volveré”.

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