La creación se ha asociado desde antaño con el fuego, elemento considerado como el primer invento del hombre; porque si bien el fuego existió desde el principio de los tiempos, tuvo que ser replicado de alguna manera, sin que las fuerzas de la naturaleza lo entregaran de modo imprevisto. El desconocimiento de sus orígenes por intermedio humano creó en la imaginación el mito de Prometeo, quien robó a los dioses el fuego para obsequiarlo a los mortales.La poesía es materia ígnea en combustión permanente, como toda episteme. El pequeño dios llena su bitácora con las palabras fijas cercanas a su timón, con la exactitud de una brújula: la bitácora es el cuaderno donde se registran las imágenes, las anotaciones emotivas que a lo largo del día suceden, sin que la cronología impida los retrocesos de la memoria o los avances del ensueño. La Bitácora encendida de Nadia Arce es una caricia de fuego, luminiscencia necesaria para emprender un viaje escritural.El motivo principal de este poemario es el viaje, es decir, la búsqueda. El periplo vale por la sensación que se experimenta, a la voz lírica no le importa el destino, sino el estremecimiento que causa saberse en soledad infinita en una carretera. El sentido del viaje es siempre iniciático, se desea conocer algo nuevo, que borre de pronto la densa realidad que se vive, por eso hay que andar en territorios distintos a donde se ha arrojado el ancla, simplemente para burlar el destino trazado por otros.El mapamundi puede representar una cartografía imaginaria, la superficie terrestre que pueda abarcar la utopía. Los trazos de Nadia Arce son líneas marcadas en la propia piel, como material de primera mano: el papel se queda para después, cuando la carne propia ha experimentado cada forma. Las palabras se reproducen en escala, buscan el contorno esférico del buen decir, y cuando se convierten en planisferio, se entregan a la vista de otro, al lector a quien se ha sellado el pasaporte para el ingreso.La Bitácora encendida procede de un oscuro incendio. Ya no importan las preguntas de ningún agente: la voz poética viaja sola, con o sin maletas, los pasos son firmes y las manos no tiemblan más. La dueña del cuaderno conoce sus propios límites, no es necesario que alguien más los determine. Cada poema define, aclara, fija la postura de una poesía que se demarca individual, libre y concreta. Cada verso de Nadia Arce resuelve el desafío del viaje más riesgoso: el que se sumerge en el propio yo.En la contraportada del volumen se anuncia el propósito del conjunto versal, cuando se afirma: “El anhelo es llegar/ al rumbo más preciado/ que suele ser el mismo: /un lugar desconocido, /tal vez/ como este libro.” Y es que la poesía hace lo que dice: viaja en cada renglón, hasta depositarse en nuestros ojos. Las páginas saben a confesión, a vivencia compartida con el lector que se aproxima, a mirar en esos misterios que se establecen cuando alguien escribe un diario, una bitácora, esa misma que se lleva en cualquier rincón de la maleta.Nadia Arce es una escritora mexicana nacida en Guadalajara en 1978. Es Licenciada en Ciencias de la Comunicación, fotógrafa y tallerista cultural, tiene bajo su cuidado el taller Elías Nandino en Cocula Jalisco y El Tintero en Zamora, Michoacán. Ha publicado cuatro libros: “Brilla Palabra” (2007); “Fuego azul” (2016); “Rayado personal” (2017) y “Bitácora encendida” (2019). Obtuvo el Premio de Cuento Corto en la Feria Internacional del Libro en 2002 y desde entonces escribe poesía.Arce escribe desde la experiencia de la naturaleza y del amor, de la entrega y la confianza en la luz. Con las palabras revela la intuición y deseo por encontrar un alter ego nuevo, diferente e íntegro. La poesía es búsqueda de autoconocimiento, una vía para encontrarse. Sus temas centrales son la indagación del ser, la metaforización del cuerpo, el instante surgido del sentimiento vivido a plenitud. Con una poesía narrativa teje la imagen de la mujer alentada por sus propios ímpetus, siempre reverdecidos ante nuevos retos.Aventurémonos en las estaciones de Bitácora encendida. Hay garantía de llegar a buen puerto. Silvia Quezada