Viernes, 22 de Noviembre 2024

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Morir de hambre

Por: Gabriela Aguilar

Morir de hambre

Morir de hambre

La semana pasada EL INFORMADOR dio a conocer una noticia especialmente alarmante: Jalisco es campeón en anorexia y bulimia. No sólo eso, en cuestión de solo tres años pasamos del décimo al segundo lugar nacional. Si bien ya no hablamos de los trastornos alimenticios con el escándalo con el que los tratamos hace unos cuantos años, estos datos nos revelan la urgencia de hacer campañas de prevención en nuestro estado.
Los jóvenes son los más vulnerables a esta situación. Según datos proporcionados por la directora del Instituto Jalisciense de Salud Mental (Salme), la mayoría de estos trastornos comienza entre los 12 y los 14 años, debido a diferentes factores: tener baja autoestima, sufrir depresión o abandono, violencia familiar o la exposición constante a medios de comunicación que normalizan estas prácticas.

En el caso de la anorexia y la bulimia, se presenta con una relación de 10 mujeres por cada hombre. Los altos estándares de belleza y la idea, tan grabada en nuestra sociedad mexicana, de que “hay que sufrir para merecer” orillan a miles de mujeres jaliscienses a poner en peligro sus vidas con tal de acercarse a las figuras que presentan las portadas de las revistas.

El problema de salud nos señala otra vez las consecuencias de la desigualdad de género. Tenemos que dejar de decirle a nuestras niñas que “gorditas nadie las va a querer”, o preguntarle (a mujeres de todas las edades), que si “¿apoco se van a comer todo eso?”. No hay broma aceptable con estos temas que generan tanta inseguridad.

Vivimos en una era en la que, como nunca antes, tenemos acceso a la información. Sobre niños y jóvenes que son nativos digitales y que encuentran todo tipo de contenidos, aun cuando los papás hagamos todo lo posible por controlar lo que ven. Lo único que podemos hacer es concentrar nuestros esfuerzos en dejar de enseñarle a nuestras hijas a cumplir expectativas. Es necesario encontrar maneras de darles el mensaje de que sus cuerpos son perfectos y que el amor que les tenemos es incondicional. Que un hombre que las evalúa como si fuera báscula, no merece la pena. Ahora más que nunca tenemos que enseñarles a tener confianza en ellas mismas.

Empujar a las mujeres a ser “perfectas” es también una forma de violencia. Son muchos los personajes que pueden ejercerla: los medios de comunicación, las parejas, los padres, las amigas, etcétera. Pero también somos muchos quienes podemos contrarrestar con mensajes positiv os y de amor propio. Para eso sólo necesitamos tomar estos trastornos con la seriedad que merecen.
Los prejuicios que han marcado a nuestra sociedad no tienen por qué seguirse reproduciendo hasta el cansancio. Ya han causado bastante sufrimiento. Es momento de enfrentarlos.

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