Las disputas por el poder en los partidos suelen ser las más violentas. Da igual si se llama PRI, PAN, PRD o Morena. Podemos recordar la elección interna del PRI Jalisco para elegir candidatos en 2003, en la que los priistas acusaban a los priistas de mapaches; las golpizas en asambleas del PAN para elegir candidatos para los procesos del año 2000; las acusaciones de fraude contra el grupo Universidad de Guadalajara al interior del PRD que obligaron a repetir la elección, etcétera. La razón es muy sencilla, aunque no por ello justificable: las elecciones internas de los partidos no están reguladas y no tienen un árbitro exterior que las vigile y las ordene. Todo se vale.Los mismos ingredientes no pueden generar sino la misma masa. Morena, que nació como un movimiento en torno al liderazgo de López Obrador, quiere ahora dar el brinco a convertirse en un partido de militantes, de hombres y mujeres libres, como si eso fuera producto de la magia o de un milagro. Como no es un partido en forma sino un movimiento, Morena no tiene reglas ni una visión ideológica que los cohesione. Lo único que los une hoy por hoy es el ejercicio del poder, y eso, lo hemos dicho, enloquece y envilece a todos los políticos y a todos los partidos.Las escenas violentas de este fin de semana en las asambleas distritales de Jalisco son la muestra de lo que puede suceder en todo el país. Quien controle el padrón controlará la elección y en esa batalla no hay reglas. Todos los saben, por lo que los menos escrupulosos serán siempre quienes tengan mayores oportunidades.Contrario a lo que algunos podrían pensar esto no afecta a López Obrador. Es al revés: a más desorden y conflicto interno menor posibilidad de que Morena transite a la institucionalización y eso le da un mayor grado de discrecionalidad al líder moral. El escenario que se está configurando es similar al del momento de la selección de las candidaturas de Morena el 2017: en aras de la unidad, el dedo flamígero del presidente decidirá, con base en encuestas fantasma que solo conoce (así lo hizo en la elección del candidato en Ciudad de México) quién será el afortunado y quiénes los derrotados; luego, repartirá salomónicamente el poder. Este escenario le permitirá no solo evitar que algunos calientes para la elección del 2024 quieran meterse al partido, a su partido, sino sobre todo que todos los aspirantes y suspirantes sigan comiendo de su mano, atentos al dedo que decidirá su futuro.(diego.petersen@informador.com.mx)