Una de las aventuras que todos los aficionados al teatro disfrutamos es la de descubrir referencias a la gran cultura de lo dramático. Por ejemplo, cuando Julio César discute el teatro de su tiempo en “Los idus de marzo”, la brillante novela que Thornton Wilder publicó en 1948, después de su éxito como dramaturgo con “Nuestra ciudad” y “La piel de nuestros dientes”.Hombre de su tiempo, Wilder (1897-1975) legó reflexiones perdurables. “Los idus de marzo”, una fantasía sobre la vida en Roma antes del asesinato de César, está emparejada al clima que se levantó en la Italia de Mussolini, sobre todo al curioso fenómeno de las cadenas de cartas (hoy diríamos de mensajes de WhatsApp) que atizaron la animadversión contra el dictador fascista. Es una novela epistolar, enormemente entretenida, rica en personajes de voces e inteligencias singulares.Wilder hace hablar a César de “El premio a la virtud”, una popularísima farsa que se burla, por un lado, de los hermanos Clodia y Clodio Pulcher, un par de nobles libertinos y bastante públicos, pero que también atiza al propio dictador, quien ha lanzado un programa de becas para muchachas de buena reputación. César, agudo político, acepta la lección que resulta de que su campaña por las buenas costumbres merezca escarnio, pero, cuando tiene que complacer al ofendido Clodio, que siente afectada su imagen, manda censurar la obra aun contra su voluntad.“El público de un teatro es la más moral de las congregaciones”, piensa entonces César, asqueado de que las masas se empoderen en hipocresía colectiva, esa arena al estilo de Twitter a la que él no querría ni prestar atención: “Que todos esos romanos estén sentados hombro con hombro parece infundir en ellos una elevación de juicio que no se les ve ejercitar en ninguna otra parte. No vacilan en decidir si el comportamiento de los personajes es bueno o es malo y les exigen una norma ética que están muy lejos de exigirse a sí mismos. Pandaro tiembla de virtuosa indignación entre el público ante el alcahuete que está en escena. Doce prostitutas, sentadas en la misma fila en un teatro, son más recatadas que una virgen vestal (…)”.Nuestro teatro de siglo XXI no es la arena colectiva donde se resuelve la opinión de una comunidad. Pero cada tanto uno comprueba el potencial que aún tiene como vehículo de ideas, espacio de conversación y, sí, de debate. Algunos montajes tapatíos de los últimos 10 años han logrado hacer hablar a los espectadores, aun en contra de la moda entre artistas de dedicarse a explorar emociones íntimas hasta el onanismo intelectual.La política mexicana de 2019 no da para construir un ágora en donde escuchemos al público: por el contrario, acalla al ciudadano promedio, premia al trol con éxitos virales y encumbra a los patricios más lamentables. Uno agradecería que el teatro fuera una alternativa, y que siquiera nos ayudara a recobrar el buen humor, como César especula en esta novela: “¡Ah, si entre nosotros hubiera un Aristófanes! Podría poner en la picota a Clodia y a César, y luego hacer reír al público de su propia risa”.agoragdl.com.mx ivangonzalezvega@gmail.com