Cuando los titulares de prensa nos apabullan señalando que Chilpancingo está bajo fuego, o cuando nos quedamos estupefactos al saber del ataque registrado con explosivos en Tlajomulco con seis personas fallecidas, o cuando nos enteramos de que en una balacera en una plaza comercial en Morelia deja al menos dos personas muertas, o que siguen los ataques con drones en Michoacán, y cuando con dolor, escuchamos que es asesinado el periodista Luis Martín Sánchez en Nayarit, el corresponsal de ‘La Jornada’ en el Estado vecino, nos invade una sensación de pesadumbre y pareciera que estamos frente a un problema insuperable. Pero repentinamente surgen, como por arte de magia, historias esperanzadoras:Leemos que dos jóvenes han sido liberados luego de ser secuestrados, y recordamos vagamente la información difundida en noviembre pasado, señalando cómo Mónica había sido subida a un auto por la fuerza, luego de salir a pasear a su perro en Tepatitlán. Y posteriormente haber visto videos con la intervención del FBI ofreciendo recompensas. Sabemos poco de la realidad de esta historia entretejida entre la madeja de la inseguridad y la violencia que nos envuelve oprimiéndonos silenciosamente. Lo que sí sabemos es que hay ahora un triunfo del bien.Imaginemos por un momento los sentimientos de los miembros de su familia y amigos. Pensemos en la gratificación que significa el no haber claudicado nunca. Ignoramos si fueron liberados por la acción policial o producto de la negociación con sus captores, pero cualesquiera que fuera el procedimiento, ha llegado a coronar un esfuerzo con el mejor resultado posible, la libertad de los primos.El optimismo obliga a pensar en el sueño de vivir en paz y conseguir cada uno alcanzar sus sueños en lugar de dejarse llevar por la ola negativa que reclama que se ha perdido un país.Lo que sucede ahora es una lucha continua entre fuerzas opuestas que tratan de imponernos no solamente sus historias, sino de sujetarnos los sentimientos más íntimos. Una lucha entre la esperanza y el miedo, reflejada en historias horribles salpicadas en sangre ajena que de repente se acerca para aterrorizarnos, y las miradas ilusionadas de los niños y jóvenes que nos recuerdan lo mejor del género humano en un destello de pupilas.Esa pugna entre el pesimismo abrumador que busca someter la libertad para soñar y actuar en consecuencia y ese sentido del humor que hace mofa de uno mismo para retomar el camino luego de los pequeños tropiezos que suceden todo el tiempo.La esperanza realizada en libertad que están viviendo los recién liberados nos recuerda la importancia de mantener la voluntad inquebrantable encaminada hacia los sueños.Lo que conocimos por los medios de comunicación respecto a la historia de Mónica y Gael indica una combinación de esperanza con eficacia en el proceso de lidiar con la parte más baja de la condición humana: aquella encaminada a aniquilar la libertad y la vida. Esa lucha también llega ahora a los dispositivos donde se suceden mensajes de un lado y de otro, donde las fuerzas nos agobian o nos ilusionan.Hagamos de la libertad de Mónica y Gael un homenaje a Milán Kundera quien nos dejó en estos días, quien exploró en sus narraciones precisamente esa lucha que se da dentro y fuera de nosotros en la que siempre mantenemos la capacidad de pensar que sí se puede. Y recordemos con cariño aquellos versos de Roberto Bolaño al decir desde el fondo del corazón: “Había perdido un país / pero había ganado un sueño. / Y si tenía ese sueño / lo demás no importaba”. Eso inspira a saber que en medio del estruendo amenazante de bombas y metralla hay espacio para que estos jóvenes de Tepatitlán vuelvan a reír, y sean capaces de contar su historia con valor, dándonos lecciones de cómo luchar en la adversidad.