Por Pita RaygozaMinerva Mendoza es docente, correctora de textos y editora. Como docente, es la responsable de los talleres literarios de la Escuela de Artes Plásticas, Artesanías y oficios “Ángel Carranza”, dentro de las instalaciones del Centro Cultural El Refugio, en Tlaquepaque.Como correctora, ha revisado muchos libros relacionados con todos los temas, desde narrativa, novela, cuento, poesía, hasta manuales y temas científicos.Sin embargo, estos datos no nos hablan de lo más importante y de aquello que los “currículums” carecen; es decir las amistades, no los contactos profesionales, no el número de alumnos que en las listas aparecen.Esas amistades que de ninguna manera pueden reducirse a un número, porque no son un elemento cuantificable.Esos datos no testifican el interés que ella logra despertar en cada asistente, ni la forma de enamorarlo con la lectura ni el aliento para que escribir sea un regocijo.En sus alumnos queda una huella inextinguible ya que en sus clases ella da los referentes para que cada uno se descubra a sí mismo por medio de la literatura, armonizando los diferentes puntos de vista de los participantes. “Yo apuesto a que sea un espacio lúdico y experimental, por eso digo que el taller literario es un medio. Ese es el perfil que busco. Si alguien va a encontrarse en la literatura, es gracias al apoyo de sus compañeros.¿Qué sentido tiene un taller o grupo si no te ayuda a crecer y apreciarte?En un principio, cuando empecé de tallerista, andaba como a ciegas, con la inercia de una escuela convencional. Después vi que cada uno de los estudiantes venía con sus propios objetivos, que sus intereses eran distintos y sus necesidades específicas: esto fue un descubrimiento, de ninguna manera una decisión, y poco a poco me adecué al perfil de cada nuevo conjunto de personas, sobre todo después de observar que las relaciones entre ellos y yo, traspasaban el interés del taller.Me da gusto saber que de aquí salieron amistades que traspusieron el área del aula y se volvieron amigos para la vida. De aquí salieron agrupaciones literarias, círculos de lectura y otros”.La voz se le dulcifica, la expresión demuestra honrada satisfacción al no reconocerse a sí misma lo que entre los egresados de sus talleres prevalece: el entusiasmo de asistir no a un aula, sino a una ermita donde todos salen más sabios, más humanos.“Más que preparar gente, a mí me gusta hacer comunidad en torno al libro, a la escritura, generar la unidad entre los miembros del taller. Busco que quien llegue, sea su propio maestro, lo escucho y juntos proponemos estrategias que le lleven a encontrar su voz.Realmente es un privilegio trabajar tan en corto con el alumno, me interesa mucho el individuo y sus historias que lo hacen ser lo que es, en retribución yo les comparto: esto es lo que sé y te lo doy, tómalo.Ya si más adelante hacen oficio de escritor, si publican o si participan en concursos y ganan, es un plus para mí, es una superganancia que me llena de orgullo por ellos, porque son ellos quienes lo han hecho, yo sólo los acompañé en el proceso.Reitero, si mis alumnos obtuvieron aquí amigos para el resto de sus vidas, eso es más grande que el que hayan editado un libro o ganado un concurso.Invito a mis alumnos a perseguir sus sueños”.Algo de lo cual ella no hablaría: que de su taller han aflorado varios escritores que han dado a luz muchos libros y algunos de estos han sido honrados con premios como el caso de Scarleth Ramírez Panduro ganadora del Concurso Literario FIL Joven 2017; ganador en el mismo concurso pero del 2019: Manuel Tejeda Enríquez; Ganadora en el Concurso de Cuento y Poesía Adalberto Navarro Sánchez 2013: Pita Raygoza.La comunidad en torno a las letras encuentra junto con ella los elementos precisos para hacer magníficas urdimbres literarias. Para nombrar mundos imaginarios, sueños fantásticos, representaciones de la realidad; para recorrer universos sin límites ni reglas. Para sacar a la luz poesías, cuentos y novelas que se manifiestan con su propia voz, se ostentan con vida propia conmocionando nuestra realidad.