Mucho antes de que la seguridad pública se militarizara en México, lo hizo, y con mucho éxito, la delincuencia organizada. Este fenómeno tuvo lugar durante el sexenio de Vicente Fox, nuestro primer presidente populista del presente siglo. Que la delincuencia organizada y muy específicamente los cárteles de la droga se militarizaran, se debió en buena parte a que sus líderes comenzaron a captar a miembros del ejército mexicano que habían sido incluso capacitados en academias extranjeras, y a los cuales se les ofrecía un salario muy superior al que devengaban en las fuerzas armadas. Antes de que Fox concluyera su mandato el país ya tenía un grave problema, la militarización de la delincuencia organizada.Evidentemente, la seguridad pública distribuida entre policías municipales y policías estatales, carecía por completo de la preparación y el equipamiento necesarios para enfrentar una delincuencia que se presentaba con un formato muy superior. Los policías municipales, sobre todo en el medio rural, eran personas de buena voluntad, acostumbradas a capturar borrachines y a hacer guardia ante las puertas del Palacio Municipal, equipados con armas tradicionales y a veces con automóviles o camionetas de segunda o tercera mano, condiciones que explican el por qué precisamente en los municipios rurales, el crimen organizado acabó siendo dueño de todo, y así se mantiene hasta la fecha en buena parte del país, si no es que en toda la nación.La autoridad reaccionó de manera intempestiva con el presidente Calderón, reacción por cierto breve y nada exitosa, máxime considerando como ahora sabemos que el principal responsable de llevar adelante esta operación era similar a un doble agente que oficialmente perseguía y por otra parte apoyaba y protegía a los cárteles, de cualquier modo, esta supuesta guerra llevó a su sucesor a simplemente ignorar el problema, como se decía entonces “a trabajar y dejar trabajar”. Pero Calderón había dejado como precedente una acción llamada “guerra” que nunca llegó ni a guerrilla, dando pretexto para que, superado el sexenio de Peña Nieto, y siempre bajo la presión mediática, no se quisiera volver a la supuesta guerra de Calderón. En cambio, se echó a andar la estrategia de la intimidación, por un lado, y de la prevención por otro.Era inevitable que, ante una militarización de la delincuencia organizada, al estado mexicano no le quedara otra medida que emplear al ejército, de alguna manera era la forma de estar al mismo nivel. Pero resulta que tampoco el ejército ha podido, sea por la estrategia que sigue o por el hecho evidente de que la delincuencia organizada no plantea una guerra formal, sino una guerra de guerrillas. Consecuentemente muchos de los militares que desde el tiempo de Fox se unieron a la delincuencia, habían sido entrenados precisamente para combatir guerrillas tanto urbanas como rurales, ¿qué es lo que ocurrió? Que esos conocimientos de alto nivel acabaron al servicio de la delincuencia y todos sabemos que la guerra más difícil de ganar es la que enfrenta a guerrillas, tenemos los casos de Perú, Colombia y muchos otros.La solución final no podría ser un baño de sangre como muchos han temido o deseado, tiene que ser una estrategia mucho más amplia y compleja de lo que hasta ahora se ha visto y que se espera frente a las experiencias anteriores, pueda finalmente establecerse con el involucramiento de todos los sectores sociales, antes de que efectivamente toda la nación quede sometida al poder de la delincuencia.