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México convertido en un “campo minado”

México convertido en un “campo minado”
Así como ayer la jefa de gobierno de la Ciudad de México, Clara Brugada, anunció la prohibición de corridas de toros y convertirlas en un “espectáculo libre de violencia” —donde no se maltrate y mate a los animales—, de la misma manera debería de legislarse en el Congreso para hacer de nuestras comunidades una sociedad “libre de violencia y desaparecidos”.
Es ilusorio, pero si hablamos de prioridades, la no violencia en nuestras calles y poner un “hasta aquí” a las desapariciones, que se multiplican —sobre todo en Jalisco— todos los días, debe ser el objetivo número uno.
El hallazgo de las madres buscadoras en Teuchitlán, Jalisco, vuelve a poner “el dedo en la llaga” en el reto que tenemos enfrente y nos “encuera” ante la cruda realidad de que somos la Entidad federativa líder en ese nicho, con poco más de 15 mil personas —habrá que agregar a las que no se han reportado— de las que se desconoce su paradero y que, desafortunadamente, posiblemente ya deberían estar integradas a la lista de muertes violentas.
Y el problema crece a nivel nacional. El martes, la Conferencia del Episcopado Mexicano denunciaba que el Gobierno trata de ocultar las desapariciones de personas “que crece un 40 por ciento”, pronunciamiento que provocó la reacción y desaprobación de la Presidenta Claudia Sheinbaum, quien dijo que la Iglesia Católica “no tenía la información correcta”.
El problema de las desapariciones no es nuevo; lo hemos tenido ceñido a nuestra sociedad por décadas, pero solamente volvemos a enfocarnos en él cuando surgen hallazgos como el de Teuchitlán.
Desde principios de la década de los 70s hubo dos casos muy conocidos en México que hablan de la desaparición forzada —según los archivos de la Cámara de Diputados—: el de Epifanio Avilés Rojas, que fue el primer caso documentado y del que nunca se supo su paradero, y el de Rosendo Radilla Pacheco, quien estaba involucrado en actividades sociales y políticas en Atoyac de Álvarez, Guerrero, quien el 25 de agosto de 1974 fue detenido por el Ejército Mexicano y del que tampoco nunca más se llegó a saber nada.
El problema de las desapariciones se ha desbordado y nuestro país —por los últimos descubrimientos— se ha convertido en un “campo minado” de crematorios. Dejen en paz a la Fiesta Brava y el afán de convertirla en un “espectáculo libre de violencia”; lo urgente es liberar a nuestra sociedad de la violencia y las desapariciones.
Usted, ¿qué opina?
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