Era de esperarse que el triunfo de la izquierda en México, cualquiera sea la cosa que por izquierda se entienda en este país, tendría consecuencias de todo tipo.En primer lugar, el candidato vencedor, por tantos años acostumbrado a ser candidato, parece seguir en campaña. Representa a una izquierda de los años setenta, respaldada por diversos movimientos de las nuevas izquierdas, más culturales que económicas, con lo cual se crea en su propio ámbito un espacio bastante complejo y jalonado.En contraparte se da una confrontación múltiple por parte de los vencidos y de todos los damnificados por el cambio de sistema donde se incluyen cientos de empleados de alto nivel y muy altas prestaciones que de pronto se quedaron sin piso, más los afectados colaterales de medidas anti corrupción, como sería el caso de las guarderías, entre otros, todos de algún modo hermanados en la desgracia y en la decisión de boicotear, sabotear, cuestionar y denigrar al nuevo gobierno, aún si con ello se arruina la nación entera.En segundo lugar persiste un discurso presidencial ambiguo, que por una parte llama a la unidad, y por la otra promueve la división echando mano de una terminología anacrónica, como eso de “conservadores” y “liberales”, o dicharachera, con el asunto de los “fifís” enfrentados con el “pueblo”. Es decir, lejos de proponer una plataforma en la que todos puedan participar y contribuir, cae en las provocaciones de la oposición y asume bandos, algo que un presidente no puede permitirse.Por su parte, los opositores revuelven las aguas a mas no poder, mezclando y confundiendo en una misma causa, todo tipo de resentimientos, agudas reflexiones, críticas infundadas, opiniones certeras, temores catastrofistas, análisis objetivos, todo en perfecta confusión, lo mismo periodistas notables que aprendices, autores a sueldo o riquillos lastimados, todos decididos a confundir la opinión pública del país.En tercer lugar, la lucha contra la corrupción de pronto parece una quimera, un combate contra la corrupción del futuro que ignora la del presente y absuelve la del pasado, enviando el peligroso mensaje de que siempre habrá borrón y cuenta nueva, es decir, lo que ha pasado toda la vida, la causa por la cual jamás la corrupción ha podido ser desterrada, la terrible impunidad que desde el más alto nivel de la república fue nuevamente garantizada, el mismo día en que el presidente tomó posesión de su cargo.Ante estos mensajes es inevitable que la corrupción se mantenga apenas a unos centímetros del incorruptible, porque un vicio tan arraigado como este no se conjura con buenas razones, sino con acciones de justicia inmediata que escarmientan y previenen.En cuarto lugar, el exceso de declaraciones aumenta la proporción de las contradicciones y los errores, algo muy común en los presidentes declaradores, y así, afirmar que la preocupación por la seguridad es asunto de los conservadores, llevaría a pensar que la delincuencia en cambio es asunto de los liberales ¿o cómo fue que dijo lo que dijo?La delincuencia por su parte sigue por el ancho camino de la anarquía, al margen de la cuarta transformación y de la refundación, asuntos que les tienen sin cuidado y hasta les ayuda por la distracción que supone.armando.gon@univa.mx