Nueva York es una ciudad maravillosa por su riqueza cultural y el perfil de los personajes que la habitan. En el departamento situado en 370 Riverside Drive vivió sus últimos años Hannah Arendt, la notable filósofa que estremeció a los lectores cuando en 1951 publicó su obra Los orígenes del totalitarismo. Un grito intelectual contra la experiencia nazi. Luego completaría con solidez su propuesta de pensamiento con La condición humana, en 1958, en la que explica las categorías fundamentales de la vita activa, trabajo, trabajo, acción; y complementa con su última obra, que quedó inconclusa: La vida de la mente que examina las tres facultades fundamentales de la vita contemplativa: el pensar, el querer y el juzgar.Viene al caso recordar el llamado de esa mujer extraordinaria al ver como ahora vuelve al mundo la tentación de decretar la verdad por parte de líderes, gobiernos, medios tecnológicos e intereses políticos y económicos. Se levantan las voces que repiten incesantemente “Yo, el Estado, soy la verdad” o “Yo, el mercado, soy la verdad” o “Yo, la sociedad, soy la verdad”. Y ante ello se levantan otras oponiéndonos la pretensión de la verdad única, al monopolio, al dominio interesado, partiendo del valor de la pluralidad que sostiene a las democracias.La tentación totalitaria está presente en el mundo mediante acciones de control tecnológico, militar y político. Hoy vemos cómo se ha hecho realidad la amenaza de lo que ella denominó “un mal radical” que consiste en la negación de las condiciones necesarias de “pensar” y “hacer”: contra “pensar”, porque es irreflexivo; contra el “hacer”, porque es hostil a la pluralidad y la novedad.Se nos llama a no pensar sino a plegarnos a una corriente, a un movimiento, a una afición deportiva, al consumo de un producto determinado, a usar una ropa uniforme que nos identifique. Los llamados a ser irreflexivos son constantes, se dan en un frágil ámbito de libertad que se restringe.Son tentaciones que viajan en mar de la mercadotecnia entre corrientes que nos llevan a ser capturados por redes que nos hacen sentirnos conformes al formar parte de un grupo con el que nos identificamos, no por la reflexión sino por la emoción. Y al mismo tiempo, surge el llamado a contener nuestras acciones para ser aceptados, para comportarnos de forma políticamente correcta, limitando nuestras acciones y opiniones.Al final, parece que en la discusión de los temas comunes lo esencial no es decir lo que se piensa; lo relevante es decir lo que, los demás esperan que digamos, con lo que estamos propiciando el empobrecimiento del debate.Ante eso, vale la pena recordar la inteligencia y la pasión de la mujer que vio que la amenaza real no era el ser monstruoso sino el ciudadano irreflexivo que obedecía, víctima de la banalidad del mal, un instrumento de la burocracia de un sistema totalitario capaz de convertir a las personas en seres incapaces de razonar.Ese llamado al respeto, a la libertad, partió de un ser privilegiado por la vida que inició en Hanover en 1906. Perdió a su padre siendo una niña luminosa y alegre que como lo dijo su madre, se convirtió luego en misteriosa. El poder de su mente le hizo crecer entre sabios y se volvió creativa, fuerte y sensible. Le escribió en plena madurez a Martín Heidegger, el profesor que conoció siendo muy joven en la Universidad de Marburgo: El camino que me enseñaste ha sido largo y arduo, más de lo que yo pensaba… He recordado aquellas frases tuyas del año 1925 cuando me decías que nos convertimos en aquello que amamos, y no obstante, seguimos siendo nosotros. Que solamente podemos dar las gracias dándonos a nosotros mismos, porque el amor transforma la gratitud en fidelidad a nosotros mismos y en fe incondicional en el otro… Así ha sido. Su relación con Martín se mantuvo presente hasta su muerte repentina en Nueva York en 1975.La vida y el pensamiento de Hannah son inspiradores para defender la libertad mediante la razón, y advertir la amenaza totalitaria que danza en el mundo con disfraces festivos promoviendo el monopolio de la verdad.luisernestosalomon@gmail.com