Odiado por la derecha, defenestrado por la izquierda, olvidado por su partido, Luis Echeverría Álvarez llegó a los cien años hecho trizas por la historia, que ni siquiera le concedió el privilegio de morir cuando todavía quedaban algunos amigos que pudieran apreciarlo u organizarle un homenaje. Pocos presidentes mexicanos tuvieron tanto poder y canalizan tanto odio como él. Populista, altanero, demagogo, egocéntrico, brillante, Echeverría siempre se vio a sí mismo en las páginas de la historia, no solo de México sino del mundo. Inmortalizarse en el billete de veinte quedaba corto al hombre que ambicionaba liderar al tercer mundo, construir una vía alterna frente a la polarización de la Guerra Fría, que quería figurar en todo y ser recordado siempre. Nunca la historia había sido tan dura con un presidente, ningún otro, salvo quizá Antonio de Santana, ha generado tanto consenso en su contra. A Díaz Ordaz lo abomina la izquierda, pero lo respeta una parte de la derecha. A Lázaro Cárdenas lo aman los liberales y lo aborrecen los conservadores. A Echeverría los detestan ambos. Jamás un exmandatario había vivido cien años y acumulado medio siglo de rencor.Ningún presidente escoge su circunstancia y la de Echeverría no fue sin duda sencilla. El México de la revolución institucionalizada y burocratizada era una máquina de injusticia. La acumulación de reclamos sociales reventaron en el campo y la ciudad en los años sesenta y setenta. Sin embargo, fueron las malas decisiones del presidente Echeverría y no las circunstancias las que llevaron al país a romper el ciclo del desarrollo estabilizador. Luis Echeverría inauguró dos bonitas tradiciones: la de las crisis sexenales, que se repitió incesante hasta 1994, y la de reírse de los presidentes: en aquellos primeros años de la década de los setenta cada semana había un chiste nuevo sobre el presidente de la república. No, el suyo no fue un régimen que estableció la tolerancia, todo lo contrario, pero fue el gobierno en el que las clases medias urbanas se rebelaron -tras la represión del 2 de octubre de 1968 y del 10 de junio de 1971- y decidieron hacer política. A contracorriente del régimen apabullador del echeverrismo nació una sociedad civil exigente, dispuesta a ejercer su libertad a pesar del autoritarismo del Estado.Cincuenta años después las huellas del echeverrismo siguen presentes en el territorio -obras faraónicas que cambiaron la vida de pequeñas comunidades o que quedaron ahí como elefantes blancos, testigos del país que nunca fuimos- y en la memoria de un país herido y fracturado. Costó muchos años y muchas vidas superar la polarización orquestada desde lo más alto del poder.Luis Echeverría, el presidente que llegó a Los Pinos con el lema de “arriba y adelante” hoy está en lo más abajo del poder y olvidado en el patio de atrás de la historia.diego.petersen@informador.com.mx