Hemos visto cómo son los tiranos, esos que cuando asumen el poder pueden destruir el reino o el país, sin que entendamos por qué lo han entronado, ni como por qué tiene a esos seguidores y, desesperados, nos preguntamos si hay alguna manera de detener la brutal caída antes de que sea demasiado tarde, y si habrá alguna medida efectiva para prevenir la catástrofe de los tiranos que han convertido a las instituciones más o menos sólidas en más bien frágiles.Stephen Greenblatt acaba de publicar Tyrant. Shakespeare on Politics, donde nos ofrece varias respuestas a las preguntas que se hacía Shakespeare en su tiempo y que son vigentes, por ejemplo, los mecanismos psicológicos de sus seguidores.Si recordamos a Ricardo III, el tirano por excelencia, que logró ocupar el trono a pesar de que su madre y aquellos que lo conocían sabían que era un autocomplaciente sin límites que disfrutaba de hacer el mal y que tenía deseos compulsivos para dominar al mundo siendo un narcisista patológico, arrogante, sin sentido del humor y sin sentido humano, quien demandó lealtad absoluta -si no están con él, estaban en su contra-, y era alguien que ignoraba los consejos y despreciaba las instituciones. ¿Nos recuerda a alguien conocido de nuestros tiempos?Greenblatt encuentra las respuestas en las obras de Shakespeare, quien trató de hacernos ver cuál es el costo que implica haberse sometido al tirano, la corrupción moral, la caída de la economía, el atraco al tesoro de la nación y la posible pérdida de vidas, así como las desesperadas, dolorosas y heroicas medidas que se requieren para que un reino o un país, que ha caído en manos del tirano, para que vuelva a tener una modesta salud. Y pienso en Venezuela.En la época de Shakespeare no había libertad de expresión ni en el escenario ni en ninguna parte y había espías por todos lados: la reina Isabel I estaba amenazada por Roma y sus socios, como la España de Felipe II con su Armada Invencible, y había declarado que no estaría en pecado quien la asesinara. Los espías en los teatros estaban listos para cobrar su recompensa si encontraban algo subversivo, como lo encontraron en La isla de los perros, de Ben Jonson, quien fue arrestado en 1597.A pesar de vivir en este contexto, Shakespeare escribió varias obras sobre diferentes tipos de tiranos, claro, de otros tiempos y geografías para conocer cómo y por qué se coronaron esos individuos que no estaban preparados para gobernar y entender cómo era posible que estuvieran de acuerdo con alguien que era tan peligroso, impulsivo e indiferente a la realidad.Nos explica Greenblatt, basado en las obras de Shakespeare, por qué permitimos que gobierne alguien que es deshonesto y cruel y su crueldad, más que una desventaja, es todo lo contrario: es la ‘atracción fatal’ de sus seguidores. ¿Cómo es posible que esos bien educados y respetables se sometan a un tirano y dejan que diga y haga lo que se le antoje con un auténtico desplante de cinismo?Hubiera sido suicida si Shakespeare se refiere directamente a la reina Isabel I en sus obras, por eso, trata sobre los tiranos de otras épocas y geografías: Coriolano y Julio César en la Roma antigua; el rebelde Jack Cade de la Segunda Parte de Enrique VI; la quintaescencia de los tiranos como Ricardo III y Macbeth, que son de la misma constelación donde se encuentra el emperador Saturnino en Tito Andrónico; Ángelo, el corrupto procurador en Medida por medida y el paranoico rey Leontes en Cuento de invierno.Shakespeare tuvo éxito porque el público asociaba al tirano y sus seguidores del escenario con los que conocía en la vida real, tal como lo podemos hacer antes de disfrutar el día que los vemos gritando como Ricardo III en la batalla de Bosworth: ¡Un caballo! ¡Un caballo! ¡Mi reino por un caballo!(malba99@yahoo.com)