En los ingresos a 4 931 pueblos y ciudades de Francia hay, en la carretera, letreros que dicen “pueblo (o ciudad) florido”, con una, dos, tres o hasta cuatro florecitas rojas sobre fondo amarillo y verde. Es el muy ambicionado y prestigioso título oficial que otorga a determinados Ayuntamientos el Consejo Nacional de Ciudades y Pueblos Floridos de Francia,* organismo oficial que en febrero pasado cumplió sesenta años.Todo empezó a principios de la década de 1950, en una Alsacia todavía devastada por la guerra. El cura del pueblito de Diebolsheim, el padre Wendling, tras haberse desmontado cerca de cuatro mil minas que había dejado enterradas el ejército nazi, se puso a plantar flores: “reemplacé con una flor cada artefacto de muerte”, decía. La idea fue ganando adeptos en la región y la práctica se fue extendiendo más allá. En 1959, las autoridades del Ministerio de Transportes, Obras Públicas y Turismo crearon oficialmente la distinción, que a lo largo de los años se fue convirtiendo en una auténtica patente de calidad de vida.La idea central es que la floración de plantas y árboles, y más generalmente los espacios verdes, que marcan el ritmo de las estaciones y embellecen los poblados, también mejoran el bienestar de sus habitantes. En un sondeo de 2014 encargado por el Consejo, los espacios verdes y floridos se consideraron más importantes para la calidad de vida (43%) que las calles peatonales (26%) o los cafés al aire libre (15%).Cada año compiten por obtener el nombramiento (con la primera florecita roja) desde minúsculas poblaciones de unas cuantas docenas de habitantes, o pueblos pequeños, hasta ciudades medias o metrópolis regionales. Con el desarrollo de los temas ambientales, se parte del eje del fomento y la conservación del patrimonio vegetal y su puesta en valor (plantas, árboles, arbustos, enredaderas, prados...), pero el cuestionario de evaluación incluye muchas otras cosas: la conservación de la biodiversidad y los recursos naturales (agua, gestión de los desechos) y también el marco de vida en general (mantenimiento de inmuebles, ocultamiento de redes eléctricas y otras, espacios peatonales, fomento del comercio de proximidad), así como la animación local y turística (iniciativas pedagógicas, festivales, colaboración vecinal). Para subir en el escalafón hasta el máximo de cuatro florecitas, los candidatos siguen un programa nada fácil, que dura en promedio unos seis años.Cada verano, 24 equipos de expertos recorren las poblaciones candidatas; esos comités están compuestos por paisajistas, botánicos, funcionarios responsables de áreas verdes, profesionales del sector turístico y otros, que van examinando uno a uno los cerca de sesenta criterios que para la elección considera el jurado nacional del Consejo.Además del orgullo que significa, el nombramiento de Pueblo Florido es un imán para el turismo, sostiene la actividad económica de viveros y jardineros, alienta la colaboración de los vecinos ya sea en sus propios jardines o en los públicos, y también se ha convertido en un tema electoral para los ayuntamientos: no sólo hay que conseguir el título, sino mantenerlo, pues cada tres años hay que pasar un nuevo examen, igual que en el caso de las estrellas de los restaurantes. *http://www.villes-et-villages-fleuris.com/