Vale como pleonasmo: nada es más importante para Andrés Manuel López Obrador que Andrés Manuel López Obrador. Se planta como un Quijote que defiende con todo y contra todos su proyecto de país, definido como la cuarta transformación, y como un visionario que previó la crisis económica que vendría y atajó con el Plan Nacional de Desarrollo. Sabía que el neoliberalismo entraría en crisis y creó una “vía mexicana”, inversión pública para el desarrollo y bienestar del pueblo para mostrar al mundo cómo se hacen las cosas. “Nosotros estamos pensando incluso”, subrayó, “que va a ser un modelo a seguir”. Valga la precisión: el neoliberalismo es un modelo agotado, y aproximadamente desde hace una década, el mundo –no así México- viene haciendo ajustes para resolver la profunda desigualdad que generó. Ese modelo rebasado no fue causante de la actual crisis económica, sino la guerra comercial entre Estados Unidos y China, y la guerra petrolera entre Arabia Saudita y Rusia. La pandemia aceleró esas contradicciones, ciertamente, y el mundo no volverá a ser igual, aunque tampoco, como sueña López Obrador, usará a México como modelo.La mañanera de ayer fue un notable ejercicio de megalomanía presidencial, cargada de sofismas y aseveraciones sin sustento. Iluminó la soledad con la que toma las decisiones, sin importarle que el resto del mundo –neoliberal, socialdemócrata, comunista, demócrata, autoritario o totalitario-, siga un curso contrario al que tomó. También dejó claro que no le importa quedarse solo en su diagnóstico, solución y manejo de los problemas.La encuesta de El Financiero, publicada este lunes, revela su deterioro público. La aprobación (60%) cayó tres puntos en tan solo un mes, pero la desaprobación de cómo ha manejado la crisis del coronavirus (56%) supera dos a uno a quienes piensan que lo ha hecho bien (26%). De diciembre a marzo, la evaluación sobre su liderazgo cayó nueve puntos (de 58 a 49%), y las críticas a la falta de liderazgo se incrementaron 13 puntos (de 21 a 34%). Lo más preocupante, para él, es lo que piensan sobre su capacidad para dar resultados: entre quienes lo apoyaban perdió 16 puntos (bajó de 51 a 35%), y los que desconfían de él aumentaron 18 puntos (de 24 a 42%).Esta caída en la aprobación, que lleva a un quiebre en el consenso para gobernar, tiene consecuencias para 130 millones de mexicanos. López Obrador actúa por presunciones, y por instinto, no por el método del análisis técnico de la información. Como agravante en la ineficiente y riesgosa toma de decisiones, es que el Presidente está rodeado de mudos. Su staff y el gabinete acatan lo que les ordena y no les permite digresiones. El que callen ante sus demandas no es acto de institucionalidad sino de cobarde irresponsabilidad.La forma como los maltrata públicamente, los humilla y los aplasta ante la opinión pública, es proporcional a su sumisión y su incapacidad para ponerle un alto, por dignidad personal y ética profesional, al saber que lo que está diciendo es un disparate y, sin embargo, los hace repetirlo.Todo esta percepción de zozobra dentro del Gobierno llevó a que durante el fin de semana circularon numerosas cadenas en WhatsApp con una lista de cambios en el gabinete, que decían se anunciarían el domingo, y que en realidad reproducían, sin citar, a Mario Maldonado, que publicó en El Universal que se darían finalmente ajustes al gabinete en mayo. Herrera, reveló Maldonado, renunció pero no se la aceptaron. Romo, que se iba a ir hace poco más de un año, ha vuelto a mostrar en su entorno la fatiga de lidiar con un Presidente que dice en público lo contrario a lo que señala en privado. Si uno ve objetivamente lo que han luchado por cambiar las cosas en el Gobierno y la forma como el Presidente los ha mancillado, hace tiempo debían haberse marchado.Renunciarle al Presidente podría parecer un acto de mayor irresponsabilidad en este momento, y podrían acusarlos de saltar de un barco hundiéndose, como las ratas. Sin embargo, el Presidente no cree que su barco se está hundiendo y se podría argumentar que sería mejor que le dieran algo similar a un choque eléctrico, que es lo que representaría su salida del Gobierno, para buscar que reaccione López Obrador. Otros miembros del gabinete que se han vuelto prescindibles, salvo para ocupar las carteras y evitar presiones al Presidente, son las de Olga Sánchez Cordero y Graciela Márquez, en las secretarías de Gobernación y Economía. Las dos han sido ignoradas por el Presidente y sus tareas principales han sido asignadas al secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, quien recibió este fin de semana una nueva asignación: se ocupará de coordinar a los sectores esenciales y no esenciales de acuerdo con las cadenas de suministro dentro de la región del Tratado de Libre Comercio de América del Norte.La tarea se la dio el jueves, después de que los líderes empresariales que hablaron con López Obrador en Palacio Nacional, se lo pidieron, porque no lo tenía el Gobierno en su radar. Lo debía haber planteado Márquez, pero ni siquiera la oye el Presidente. Si renunciaran ella y Sánchez Cordero, hacia el interior del Gobierno no habría mayor problema, pues sus funciones las hacen otros, pero externamente sería una llamada de atención al Presidente de que el maltrato y las humillaciones públicas tienen un límite.No va a pasar nada de esto. El gabinete carece de calidad ética y un superávit de irresponsabilidad.Pero no deben olvidar que se juegan décadas de trabajo y prestigio, muchas y muchos de ellos, y cuando tengan que rendir cuentas por el desastre, deberán explicar porque en la carrera al precipicio callaron y no hicieron nada para evitarlo.