Es conocido que la fealdad es una plaga mucho más dañina que las simples infecciones sanitarias. Contra la fealdad, el campo ha sido siempre el gran remedio. Por lo general en él reinan la armonía, el equilibrio, la salud. El campo es el gran contraveneno para los tantos horrores de la ciudad, su desacomodo, su pestilencia, su agresiva contaminación. Su amontonamiento de horrores, tan frecuente.Desgraciadamente los hombres son tan insensatos que han logrado en pocas generaciones degradar buena parte del campo, inyectarle el veneno de su tontería y de su imprevisión.Es el caso de la plaga de invernaderos que en los últimos años ha asolado diversas regiones del campo jalisciense. Su utilidad es clara, también los beneficios económicos que rinden. Sin embargo sus altísimos impactos ecológicos y estéticos no son tomados en cuenta. El campo tiene una economía general, balanceada y vuelta a arreglar durante milenios. Y en quince días ha venido siendo arruinado. Esa economía consiste en el componente natural, biológico, ambiental; pero también estético. Si la estética fuera contabilizada en dinero (y se puede hacer) veríamos como los actuales atentados provocados por los invernaderos importan los miles de millones de pesos.Un invernadero “de línea” es un amplio montón de plásticos no degradables, y unos armazones de aluminio que tampoco lo son. El área que ocupan suele ser agotada como suelo productivo; las sustancias fertilizantes suelen ser tóxicas, sus desechos van a dar sin ningún orden a cauces y cuerpos de agua. Los trabajos que se desarrollan en su interior suelen se degradantes para el hombre y perjudiciales para su salud.Cuando los invernaderos dejan de ser útiles simplemente se abandonan, en montones de materia blanca envenenada. Forman una especie de cementerios deprimentes y muy dañinos. Nadie controla todo esto, todo se deja pasar en aras de la “economía”. El paisaje alrededor de la laguna de Chapala es un ejemplo de punta. Es más que lamentable lo que allí se está permitiendo (gobierno y sociedad) que suceda. Los ecologistas, antes tan argüenderos han callado. Inclusive las zonas cañeras, las del agave “patrimonio mundial” están siendo atacadas frontalmente por los invernaderos y su economía de la explotación sin misericordia.Defender el campo es defender nuestra propia vida, la de los niños. Es increíble la indiferencia de la gente, es muy explicable la del gobierno. Exijamos su defensa, exijamos su dignidad, su viabilidad frente al futuro.