La aseveración de que “la clave está en los detalles”, aplica para muchas cosas; para explicar, por ejemplo —más allá del ámbito de la suerte, entendida, diccionario en mano, como el encadenamiento de sucesos, considerado como fortuito o casual—, la coronación, el domingo, del Monterrey en el Torneo de Apertura. * Se diría, de entrada, que en un torneo a cuya fase decisiva califican los ocho primeros de entre 19 participantes, es un tanto anómalo que resulte campeón el octavo, puesto que pasó “de panzazo” y durante la temporada regular fue, en rigor, equipo de media tabla.Sin embargo, la historia, con casos como Pachuca y Morelia, entre otros, da la razón al filósofo que acuñó el axioma al que otro le puso música: “…No hay que llegar primero, sino hay que saber llegar”. * Se apuntaba, después, que con la atención dividida entre el Campeonato Mundial de Clubes y el Torneo de Apertura —lo que obligó a aplazar dos semanas los partidos por el título—, el Monterrey comprobaría que “el que a dos amos atiende, con alguno queda mal”… No fue así: los Rayados lo hicieron más que decorosamente en Doha —sólo perdieron, con gol de último minuto, ante el Liverpool considerado hoy por hoy el mejor equipo del mundo—, dosificaron el esfuerzo y redujeron los estragos del largo viaje disputando (exitosamente, además) el partido por el tercer lugar con su cuadro B. * Ya en los enfrentamientos decisivos, hubo tres factores determinantes en el encuentro de Ida: la rapidez con que empató el Monterrey después de que los capitalinos tomaron la ventaja; la expulsión de Córdova, que dejó disminuido al América durante más de media hora cuando el marcador estaba igualado a uno, y el golazo de Funes Mori, de chilena, en tiempo de compensación, para ganar ese episodio.En el de Vuelta, hay consenso en que la pifia de Jorge Sánchez, que propició el pase de Pabón y el gol de Funes Mori para empatar a tres el marcador global, fue determinante…Y otro detalle por demás significativo: el acierto que significó la decisión de los dirigentes, de remover a Diego Alonso y reinstalar en el timón a Antonio Mohamed, cuya sola presencia hizo el milagro de unificar al grupo y motivarlo para llegar a la meta a la que sólo accede uno de los 19 participantes en la danza.