Sábado, 30 de Noviembre 2024

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Los consuelos de junio

Por: María Palomar

Los consuelos de junio

Los consuelos de junio

Abril, mayo y parte de junio (cuando no falla San Antonio) traen inclementes calores a Guadalajara, pero también sus compensaciones tan efímeras como el clima mismo. Antes de la bendita llegada de los aguaceros por los que claman las chicharras, y a pesar de las duras faenas del riego por esos meses, el campo y hasta las macetas ofrecen sus consuelos, como calculados para aliviar los rigores.

Por supuesto que los tapatíos se quejan tradicionalmente de su verano anticipado, que si bien ciertamente se ha recrudecido por la aberrante destrucción de árboles y la igualmente estúpida ambición inmobiliaria que tapa todo de cemento, esto no es Mexicali ni Colima ni nada por el estilo, y habría primero que nada que agradecer los mil quinientos metros de altura que nos separan de los tristes trópicos, y la feracidad de la tierra.

Pero si de por sí el tiempo de secas de la primavera es pesado en estos rumbos, por los días que corren (bueno: no corren, como que se han estacionado) parece doblemente agotador. Por eso hay que buscar el lado amable de esta vida peculiar, mientras pasan unos helicópteros gangosos recomendando no salir, usar tapabocas y cosas por el estilo. Porque aunque es necesario enterarse de los desastres colectivos o individuales, locales, nacionales o internacionales, el asidero que queda para guardar cierta cordura es lo cotidiano, lo más próximo, que resulta menos agresivo y más sensato que pasarse todo el tiempo pendiente de las pantallas.

Las pitayas. Resulta ser que estas maravillas anuales, que de inmediato remiten al paisaje salpicado de órganos de Techaluta, Amacueca, Autlán de la Grana y demás lugares del Sur de Jalisco, pertenecen al género Stenocereus de las cactáceas. Pero mucho antes de adquirir ese elegante nombre científico, deben haber sido ya una bendición generosa y conocida desde la prehistoria por los antiguos habitantes de la región. Es difícil saber a qué irle, si al sabor o a los colores, casi inverosímiles y tan maravillosos como los de las anémonas del mar. Este año, afortunadamente, no han faltado emprendedores ciclistas (debidamente embozados, claro) que las ofrezcan por las calles de la ciudad

Los mangos de la Barranca son otro regalo de la temporada: los tradicionales de la salida de la escuela, con chile y limón, que se podían comer con todo y cáscara. Son más bien redondos y chiquitos, pero compiten y ganan en sabor con muchos de los buenos mangos híbridos que se producen comercialmente.  Y también del espléndido paisaje barranqueño, las ciruelas amarillas, para el agua fresca y hasta para una especie de gazpacho muy tapatío. Además, los ciruelos son árboles preciosos. Y están también los guamúchiles, retorcidos y medio rosas, que también vienen de árboles muy bonitos que abundan en la geografía jalisciense.

Todos esos dones fugaces acaban con las primeras aguas, bondadosas pero también temibles en el valle de Atemajac. Que la Generala las amanse.

Del género Stenocereus 

(de la familia Cactaceae) 

Pithecellobium dulce, popularmente conocido como guamúchil

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