Domingo, 24 de Noviembre 2024
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Los candidatos que no querían ganar

Por: Isaack de Loza

Los candidatos que no querían ganar

Los candidatos que no querían ganar

En un lugar de Jalisco, de cuyo nombre nadie quiere acordarse, no ha mucho tiempo que vivía un candidato de esos con partido en astillero, sufragio antiguo, estructura flaca y vocero corredor. Candidato que, con molinos de viento en contra, logró obtener su anhelado espacio en la boleta para enamorar a su supuesta Dulcinea del Toboso.

Pero, víctima de su realidad, el mismo candidato decidió declinar a su sueño. Así: sin más.

Golpeado por lo que existe y realmente marca la agenda, el candidato (¿o candidata?) que anhelaba el poder del voto en aquel lugar cuya toponimia permanecerá oculta, se dio cuenta de que entró a un concurso electoral que, al final, quería y debía perder a toda costa.

¿Cómo no hacerlo, si al calor de las campañas fue citado a reunirse con “el jefe” en una zona que no va a reconocer porque llegó ahí con los ojos vendados? ¿Cómo no jugar para perder si, al final, ya sabe que su Policía y hasta su Dirección de Obras Públicas deben ser entregadas para que alguien más haga lo que quiera con ellas?

La historia es real, pero se cuenta a través de la ficción porque hay vidas qué proteger. La jornada electoral que recién terminó no sólo dejó un agrio sabor de boca a los votantes que se hartaron de banalidad, bailes sonsos y dinero echado a la basura, sino a quienes realmente jugaron a ganar para hacer justicia como Don Quijote lo hubiera querido… pero decidieron sepultar su meta porque toparon con fuerzas que los superan.

Fuerzas omnipresentes. Fuerzas que vigilan. Fuerzas que implican amenazas, pólvora y tragedia.

Y en ese lugar de Jalisco cuyo nombre se oculta para incentivar la ficción y proteger a quien pide anonimato, ese político pálido, alto, delgado, con nariz puntiaguda, barba y bigote que calca la descripción de Miguel Cervantes, huyó para vivir en el exilio.

O, únicamente, con la tranquilidad de haber perdido la elección.

Los mismos representantes de partidos se muestran pasmados ante lo que vivieron en la jornada que concluyó el 2 de junio. Porque lo mismo un grupo armado los frenaba en carretera, les exigía que se identificaran e indicaran el partido al que representan. Y si el partido en cuestión no está en sus simpatías, simplemente no entraban al pueblo.

Otra escena del día de la elección: ellos sacaron a los votantes de las urnas a punta de pistola y se llevaron las actas, no sin antes obligar a los representantes a firmarlas para, después, hacer lo que fuera necesario a fin de que los números cuadren a favor de quien “el jefe”, dueño del Bálsamo de Fierabrás, decidiera.

¿Qué hacemos? Preguntaron los funcionarios de casilla. Y sabiendo Don Quijote que cambiar el mundo no es locura ni utopía, sino justicia, responderá como la razón dicta: Nada. Y nada pasará.

Y si el conteo de voto por voto se solicita porque los sufragios nulos fueron más que la diferencia entre el primer y segundo lugar de la votación, la decisión final del recuento la tomará aquel cuya zona de dominio es donde ÉL quiere que esté su zona de dominio.

Acá, en algún lugar de Jalisco de cuyo nombre pocos quieren acordarse, el candidato que pedía el recuento debe esperar a que se lo autoricen. Y el rechazo, cómo no, llegará del director de Seguridad con una frase más o menos así: “Ya quieren que esto cierre, que no haya gente de fuera”.

O, de plano, que en el desarrollo de la elección el verdadero poder decida que no se instalen ciertas casillas porque ya está decidido quién ganó en ellas.

O que armen su campaña, lleven la delantera y, una semana antes de la votación, le obliguen a renunciar a su candidatura. A él y a toda su planilla.

En el Jalisco actual, donde la autoridad electoral y el Gobierno del Estado afirman que la contienda se desarrolló en plena calma, el candidato o candidata que se vio obligado a declinar a su sueño en realidad son más que uno. Quienes combaten molinos viven en las regiones y hoy están felices de no haber ganado la elección.

Porque en esos lugares de Jalisco de cuyo nombre no queremos acordarnos, el candidato (¿o candidatos?) se enfrascó tanto en su campaña que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio. Y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio, y con más alegrías que tristezas, la elección.

Porque eso es lo que fueron: candidatos que jugaron para no ganar.

isaac.deloza@informador.com.mx

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