Beneficio, desde que el vocablo latino beneficium era de uso común, significa un bien que se hace o se recibe. Dudar (versión de dubitāre, verbo del descontinuado latín) es tener duda sobre algo, o sea: “Suspensión o indeterminación del ánimo entre dos juicios o dos decisiones, o bien acerca de un hecho o una noticia”, ésta es, palabra de la RAE. A partir de estas definiciones, el negocio lingüístico de enlazar las dos palabras en la expresión: otorgar el beneficio de la duda. La indeterminación del ánimo acerca de un hecho o una noticia -no optar por un juicio contundente, ni sí, tampoco no- ofrecida en calidad de bien que se hace al destinatario del titubeo. ¿Quién podrá sentirse honestamente reconfortado porque alguien le regala su perplejidad como si fuera un recurso valioso?Pensemos en dos casos en los que a sendos personajes les hicimos el regalo de no expresar certeza sobre lo que su gestión representaría de bueno o de malo. El primero, Enrique Peña Nieto; después de que fue ensalzado como un gran gobernador, y dados sus antecesores, recibió, con un moño colorado, el beneficio de la duda. Asimismo, la secretaria de Gobernación, Luisa María Alcalde, que casi toda una semana gozó de semejante favor. Por supuesto, no desconocemos que para los dos hubo militantes de sus partidos, fanáticos irreflexivos e interesados, que les obsequiaron loas sin fin y auguraron que su entronización era el advenimiento de la felicidad y la justicia eternas. El beneficio de la duda es un patrimonio del que disponen mujeres y hombres opinadores, académicos, periodistas e intelectuales que persiguen la objetividad, ésa que de pronto sirve como excusa para no comprometerse sin hesitar y tomar posturas contundentes.Cuando la duda es despejada, lo que sigue es el debate entre quienes aventuraron un juicio tajante y quienes prefirieron dudar; los primeros se dan al fatalismo: siempre sucede igual; los segundos explican dos cosas: porque quien recibió la tal gracia fue merecedor de ella y qué fue lo que los llevó al desencanto con el antes beneficiado. Si los economistas pudieran costear las consecuencias de la actitud dubitativa que de tanto en tanto adoptamos frente a cuestiones públicas, generalmente relacionadas con el potencial desempeño de una servidora o un servidor público, ¿a cuánto ascendería el daño? No hay que hacer un algoritmo específico, simplemente porque no gratificar con el beneficio de la duda no cambiaría los resultados: lo que falló por la mala labor de una figura específica iba a fallar de cualquier forma, es decir: no caigamos en el romanticismo político de creer que somos partícipes del perjuicio, al proponernos de antemano un grado de optimismo representado por la incertidumbre con la que halagamos a ciertas celebridades.Hace unos días, muchas, muchos, incluidos los tenedores de capitales de los que en fuga desestabilizan monedas, agasajaron con el beneficio de la duda a quienes la cuasi presidenta Claudia Sheinbaum anunció como parte de su gabinete. Rosaura Ruiz, Marcelo Ebrard, Alicia Bárcena, Juan Ramón De la Fuente y Julio Berdegué: pasen a recoger su presente, un bonito, aunque inútil, beneficio de la duda (Ernestina Godoy no alcanza el don). Bueno, no tan inútil, impuso un remanso para la desazón y el encono que Andrés Manuel López Obrador tiene instalados en el país; es un remanso también para el contrapeso político (háganme el favor, a dónde ha llegado la dizque izquierda) que representa el tipo de cambio.Pero, dudemos en la duda: ¿el obsequio es para los nombrados o para la presidenta por venir? Cinco de seis no generan recelo, son profesionales capaces que pueden presumir logros, son conocidos sus méritos, lo que los lastra y su formación, más: su propensión al diálogo y a privilegiar el conocimiento, y más aún, lo que personalmente podrían buscar no es un secreto y no es ilegítimo, por ejemplo, Marcelo Ebrard ser presidente de México o Alicia Bárcena encumbrarse en la ONU. Entonces ¿para quién es la dádiva de la vacilación? Para el panorama político nacional, pero, sobre todo, para Claudia Sheinbaum.El siguiente sexenio no sería original si quien encabezará al Poder Ejecutivo termina por conseguir que miembros de su gabinete realicen cosas de mucho menor empaque del que se preveía en sus biografías y en sus antecedentes, o si logra que su hacer vaya en sentido contrario de las necesidades sociales, medioambientales, económicas, jurídicas, etc. Entonces, respecto a qué Claudia Sheinbaum propicia dudas. Ciertamente no hacia su inteligencia y formación, aunque sí, y es nomás un sugerir, en cuanto a que esa inteligencia y su doctorado los pondrá al servicio de lo que urge remediar. Durante su campaña mintió con desparpajo, ha cubierto con declaraciones y silencios los evidentes yerros y corruptelas de López Obrador, lo que se puede justificar como estrategia de supervivencia política, pero al cabo: son hechos que pesan en su calidad moral y desdoran su voluntad por honrar la inteligencia y los estudios. Dice Fernando Savater: “Yo actuaré de acuerdo con mis criterios y con mi conciencia, siempre en el aquí y en el ahora. No tendría sentido, por ejemplo, hablar de ser moral hasta pasado el verano porque me conviene”. Al parecer, para ella sí tiene sentido: y lo peor es que a dieta de consumir dudas, para muchos también, a pesar de que luego de tanto de lo padecido ya debíamos saber de lo pernicioso que es ahondar la zanja entre ética y política.Seamos pragmáticos: otorgar el beneficio de la duda no es un regalo para ella, lo es para nosotros: sentir que tomamos postura sin tomarla, para después matizar: lo sabía, aunque quise ser generoso regalándole el beneficio de la etc. La mera verdad es que, a pesar de los buenos nombramientos, no hay demasiados elementos para presagiar el advenimiento de Jauja.agustino20@gmail.com