La batalla de Culiacán marca, efectivamente, un punto de inflexión en lo relativo a lo que sabíamos respecto del crimen organizado en México. La forma en cómo reaccionó ante la detención de uno de sus dirigentes dio cuenta de la enorme cantidad de matones profesionales que tiene a su servicio; de su capacidad operativa y de despliegue logístico; de su armamento y capacidad de fuego; del conocimiento del territorio y de su despliegue y nivel de control del mismo.La mayoría de las imágenes que circularon en redes sociales muestra que quienes participaron en la refriega eran mayoritariamente jóvenes (se habla de hasta 800), quienes literalmente pueden ser vistos como elementos paramilitares, con capacidad de organización, disciplina y control: muchos de ellos son asesinos que, a sangre fría y un sorprendente temple, son capaces de disparar una y otra vez, sembrando el terror entre la población.Lo que vimos en Culiacán es el despliegue operativo de una compleja estructura criminal que no podría explicarse sin respaldo financiero, sin complejos cruces y transacciones con el sistema económico de la región; vimos un sistema de redes y alianzas con sectores del aparato público, y una siniestra capacidad de convivencia en las imágenes de uniformados armados, dialogando con quienes eran aparentemente criminales armados hasta los dientes.Lo que ocurrió en Culiacán literalmente conmocionó al país, pero también tuvo ecos internacionales que, nuevamente, mostraron a un México violento y presa del narcotráfico.Todo ello deriva en una conclusión inevitable: es urgente tener claridad sobre los alcances del diagnóstico del que disponen las autoridades federales, pero también las estatales y municipales, respecto de la potencia de los grupos criminales; esto, porque lo que se vio en Culiacán muestra un elemento inquietante, y es la decisión del crimen organizado de poner en operación prácticas que pueden ser equiparadas al terrorismo, lo cual se cifró en la amenaza de matar mujeres y niños familiares de militares, en caso de no liberar a su “patrón”.Culiacán nos mostró un gobierno local inexistente o al menos, ajeno a este tema. En todas las imágenes que se han conocido, no aparece una sola patrulla o elemento del gobierno municipal; ninguno de las policías estatales o ministeriales. Esa ausencia no es producto del azar; y al mismo tiempo es una señal que debe ser analizada y asumida como factor en la estrategia o estrategias que decida seguir el gobierno federal.Otro elemento que mostró Culiacán fue una muy deficiente estrategia de comunicación pública en medio de una crisis: silencios prolongados en medio del caos; mensajes cruzados; mensajes contradictorios y en otros casos, mensajes francamente falsos. En medio de una situación así, si algo es relevante, es que la autoridad dé certeza a la población; información útil para su cuidado y seguridad; pero también certidumbre a los principales actores de la política y la economía.El límite del discurso político se encuentra siempre en la realidad. Y lo que vimos en Culiacán es diametralmente distinto a la visión cuasi romántica que se tiene en el discurso oficial respecto de una población que delinque porque no tiene qué comer: no eran turbas saqueando almacenes para llevarse alimentos; se trataba de cientos de jóvenes capacitados, bien vestidos, ultra armados, desafiando al Estado con el poder criminal de las armas y amenazando perversamente a la población civil.Lo que vimos no ocurrió en una localidad de la sierra conectada por maltrechos caminos de terracería; se trata de una ciudad de casi 700 mil habitantes, y que es uno de los enclaves económicos más relevantes del Pacífico mexicano. Es una diferencia que debemos poner en su justa dimensión, porque cuando se habla de “territorios tomados” por la delincuencia, suele pensarse de franjas o localidades marginadas. Lo que vimos en Culiacán es que el control territorial de las mafias parece ser mucho más grave de lo que se creía.La apuesta de una transformación social radical para reducir la delincuencia es relevante; sin duda en la desigualdad y la marginación hay mucho del germen que impulsa a algunos a delinquir; pero también es cierto que lo que vimos en Culiacán representa quizá el evento más violento en la historia reciente de México. Frente a ello el país requiere respuestas precisas y creíbles, dimensionar apropiadamente qué ocurrió; si se minimiza este evento, será difícil convocar a la nación a sumarse a un esfuerzo que implica la acción de todas y todos.@MarioLFuentes1