En diferentes momentos el presidente ha decretado el fin de lo que no le gusta: ya se acabó el huachicol, dijo en uno de sus informes. Ya no hay masacres, afirmó en otro momento. En México ya no hay corrupción, ya no es como antes, repite una y otra vez como un mantra, como una forma de auto convencimiento. La realidad, terca como es, siempre tiene otros datos. La explosión de una pipa mientras cargaba gas robado en San Pablo Xochimehuacan, Puebla; el asesinato de once personas en un solo hecho en Tangamandapio, Michoacán, y los escándalos de corrupción que cada día más pegan cerca de Palacio Nacional, por citar solo hechos recientes, hacen que la pregunta sea cada día más pertinente: ¿Por qué no se acaba lo que el presidente dijo que ya se acabó? No basta ser tan terco como la realidad para cambiarla. A diferencia de la terquedad humana, normalmente confundida con perseverancia, la terquedad de la realidad tiene su origen en la inercia, es decir, en la fuerza que nace de la repetición de las conductas, en este caso criminales, mientras no exista una fuerza que las modifique. Dicho de otra manera, no basta con un nuevo discurso para que la realidad se alinee a los deseos del presidente, se requieren acciones concretas, eso que conocemos como políticas públicas.El crimen organizado, en sus diferentes facetas: la violencia, el huachicol, la corrupción, el lavado de dinero, el tráfico de personas o de drogas, sigue ahí porque no hay un Estado que le imponga nuevas condiciones. Decir que antes las cosas estaban peor porque sucedía lo mismo, pero con un presidente corrupto es, por decir lo menos, ingenuo. Cada año que pasa sin que tengamos políticas públicas en materia de seguridad reducimos la posibilidad de ganar la batalla. El tiempo no lo ganamos, lo perdemos.Culpar al pasado de lo que sucede hoy, decir que las cosas están mal porque así venían de tiempo atrás, que no podemos cambiar en tres años décadas de corrupción, es una forma de renuncia a las obligaciones del Estado. Si lo que “se acabó” está de regreso es en realidad porque nunca se fue. Más de 20 masacres en lo que va del gobierno de López Obrador; el repunte del huachicol (si hemos de creer que alguna vez se acabó) y los escándalos de corrupción al alza no hacen sino evidenciar que el discurso como estrategia política tiene un límite: la realidad. diego.petersen@informador.com.mx