Se ha convertido en tópico repetir que la prensa en papel tiene los meses contados. Los tópicos suelen ser verdades que fastidian a las personas ingeniosas porque están al alcance de todo el mundo. De ahí que intenten dar la vuelta al tópico señalando excepciones o rasgos contradictorios, lo cual sirve de poco porque las cosas suelen empeñarse tozudamente en ser como son.Quienes escribimos en prensa desde hace mucho -medio siglo, en mi caso- tenemos una prueba evidente del cambio de estas cosas que tanto nos afectan: antes un artículo medianamente polémico te lo comentaban muchos, conocidos y desconocidos, a favor y en contra: tenía efecto, aunque te ganase la animadversión de demasiados contemporáneos (que, por otra parte, para eso están). Después, el mismo artículo polémico pasó a despertar opiniones tan contrapuestas y vehementes como antes, pero sólo entre los pocos lectores fieles con que siempre cuenta uno, a saber: los amigos y los enemigos (se distinguen porque los comentarios más maliciosos vienen siempre de los amigos, que por algo nos conocen mejor).Más tarde hubo que empezar a avisar por sms a los incondicionales para que estuviesen atentos ese día al periódico para no perderse el artículo que, etc, etc... Y en los últimos tiempos sabemos resignadamente que nuestra valiosa colaboración no llegará a ser conocida más que si aparece de rebote en algún blog o cualquier otro espacio de la red, fuera de cuyos elogios o anatemas nadie puede hacerse la ilusión de existir... En una palabra, para ahorrar tiempo y lágrimas: los diarios y las revistas están amenazados de muerte súbita por la sencilla razón de que la gente ha dejado de comprarlos. Y por lo tanto de leerlos, salvo cuando se encuentran las colaboraciones que allí suelen aparecer en algún medio digital.Cuando cierra alguna publicación, muchas buenas personas lo lamentan como si se tratase del secuestro de una niña o del asesinato de un viejecito: no suelen pensar que en su mano estaba haber evitado el drama, con sólo que hubiesen comprado dicha publicación en lugar de llorar en su funeral tan sentidamente. Esas desapariciones son lamentables no sólo por el pequeño (o no tan pequeño) desastre laboral que provocan, sino sobre todo porque comprometen la continuidad de un arte necesario llamado periodismo. Sin periodismo desaparece una ética y una estética de la información, decantada a lo largo de muchas décadas de profesión e interactuación con los lectores. Los vendedores callejeros de postales piadosas o pornográficas no bastan para sustituir los museos que conservan la historia de la plasmación superior de la vida humana... No nos equivoquemos, es el periodismo como arte de la observación e interpretación de la realidad urgente lo que hay que salvar a cualquier precio en estos tiempos emponzoñados de posverdad. Los demás ya nos las arreglaremos como podamos. Vamos, digo yo.Fernando Savater © FERNANDO SAVATER / EDICIONES EL PAÍS S.L., 2018YR