Viernes, 22 de Noviembre 2024

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Libertad para trolear

Por: Jonathan Lomelí

Libertad para trolear

Libertad para trolear

Les recomiendo esta película: La columnista (Holanda, 2019), un filme de horror y humor negro. Cuenta la historia de Femke, la articulista de un periódico agobiada por las ofensas de cibernautas anónimos tras publicar un polémico artículo.  

La película abre con una escena de la protagonista en un debate televisivo sobre libertad de expresión y discurso del odio en las redes sociales. En un punto, se encoge de hombros y se pregunta: “¿Por qué no podemos tener diferentes opiniones y ser amables al respecto?”.  

Más adelante, Femke acude a la Policía para denunciar a sus acosadores online, pero la mandan de regreso a casa: “Internet no es real”, le revira el uniformado. 

Su fantasía vengadora la lleva a investigar la identidad de sus atacantes. Entonces descubre que uno de ellos es su vecino que le da los buenos días, muy sonriente, cada mañana. Ahí comienza lo bueno. No les cuento más para que la vean. 

No necesitas escribir una columna para identificarte con el personaje. A mí me han colgado calificativos infames. De entre lo publicable y más creativo recuerdo: jericalla vendida, analfabeto (con otras palabras), ‘plumodelincuente’, chairo obradorista, fifí anti obradorista, justiciero selectivo, babosete, sirviente de Raúl Padilla (en mi vida he cruzado una palabra con él) y cualquier expresión punitiva con el prefijo ‘seudo’, seudoperiodista, etc.   

Un amigo me aconsejó bloquear siempre a los troles. “Así evitas que el algoritmo te ubique y te echen encima la granja de bots entera”. Estrategia interesante, pero el riesgo es que acabes bloqueando por equivocación a tu propia madre. 

Sobre los troles mi postura es más simple: ¿Discutirías con alguien que se te aparece en mitad de la calle y de la nada comienza a insultarte? 

El New York Times tiene una regla muy simple para sus periodistas en redes sociales que puede aplicar para cualquiera: no publiques nada que no dirías a la otra persona de frente en el mundo real. Hagan el ejercicio: ¿sostienen de frente cualquier publicación en sus redes sobre un tercero?   

Hay todo un debate sobre las políticas de moderación en Internet, pero se ha hecho insalvable porque, ¿cuándo es necesario regular y cuándo es censura? Nadie se atreve a dibujar esa frontera. 

La otra cara del discurso del odio en redes, y de la que poco se habla, es el corset de la corrección política. Todo debe ser políticamente correcto (como un post de Instagram) a menos que busques un linchamiento digital; un amigo los bautizó como los “buenitos” de la red. Esta actitud esconde un brío de superioridad moral para censurar y juzgar. El sentido crítico en temas sensibles (feminismo, movilidad, racismo, etc.) queda sujeto a la corrección política. Pero ese es tema para otra columna. 

Regreso a la pertinente y enternecedora pregunta inicial: ¿Por qué no podemos tener diferentes opiniones y ser amables al respecto? No pretendo responder. Sólo comparto una reflexión en forma de alegoría.   

Imaginemos que un dictador concede a los ciudadanos la libertad de expresión absoluta con una condición. Cualquier idea, acusación o queja debe realizarse dentro de una cámara insonorizada individual. Dentro pueden expresar cualquier cosa; fuera se castiga con cárcel cualquier idea contraria al discurso oficial. ¿Sería eso libertad de expresión? 

Ahora imaginen exactamente lo contrario. Todos pueden expresar lo que quieran, sin tapujos, a miles de personas al mismo tiempo (como ocurre con las redes sociales hoy en día). ¿Sería eso libertad de expresión? 

jonathan.lomelí@informador.com.mx

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