Pablo Lemus llegó a su Segundo Informe de Gobierno como esos futbolistas que, con muy pocas horas de juego lucidor, lograron un fichaje millonario, pero acabaron más preocupados por cuidar su físico que por darlo todo en la cancha. Lo advertí hace medio año en mi columna “El presidente municipal de Paseo Alcalde”, en donde señalé su obsesión por mediatizar su imagen en Paseo Alcalde como si el resto de la ciudad -y sus problemas- no existieran. Nada ha cambiado. Allí siguen los picones, las luces, las jericallas, los tacos de barbacoa, el mariachi, los cielos tejidos, los carruseles, las roscas masivas, el champurrado y las tortas ahogadas gratis en el Centro Histórico.La imagen del Lemus-alcalde-de-Zapopan cambió drásticamente en Guadalajara. Allá lucía fresco y con propuestas innovadoras. Impulsó obra pública, terminó un centro cultural en La Consti, recuperó espacios públicos emblemáticos, ordenó Picachos, trajo los Pulsos de Vida, creó las Colmenas, instaló esculturas en la vía pública sin costo al erario y consolidó a la Policía mejor pagada de México. Muchos programas de Zapopan ahora son replicados en Guadalajara. Lo que se espera de un Gobierno razonablemente organizado e inercial. Pero nada más. Ninguna decisión difícil, ningún riesgo o golpe de timón, ningún cambio de paradigma, ninguna apuesta verdadera por una ciudad en emergencia. En Zapopan actuó como un alcalde con oficio político y atento a los problemas de la ciudad. Saltaba al ruedo ante el asomo de cualquier crisis. En Guadalajara su atención parece dividida entre gobernar y el proceso electoral de 2024. Los Puntos Limpios (un cochinero), la indigencia en ascenso, la movilidad disfuncional, la crisis de recolección de basura y las inundaciones, por poner algunos ejemplos, lo rebasaron. No quiero ser injusto, pero uno ficha a un 10 para que haga la diferencia, no para que cuide el empate. Lemus es un operador político talentoso, lleno de recursos y un negociador nato. Su carisma y agilidad mental lo hacen un gestor eficiente. ¿Qué le pasó? Quizá es un problema de percepción inducida. Sigo al alcalde tapatío en sus redes sociales porque es mi trabajo, pero como ciudadano hay muy poco o nada relevante en sus contenidos que me interese. Sé, por ejemplo, que comió en Pipiolo esta semana, que corre todos los domingos y que le gusta su balcón de Palacio Municipal para decir: “¡Ánimo, Guadalajara!”. Si no fuera periodista, le habría dado unfollow hace un año. Su comunicación está más cerca de los objetivos de un influencer que desea gustar y atraer audiencia que de un político moderno al frente de la segunda urbe más importante del país. En estos tiempos aciagos, su aliterada frescura se confunde con la frivolidad de un influencer alcalde. jonathan.lomeli@informador.com.mx
