Martes, 26 de Noviembre 2024

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Leer, leer, leer

Por: Carlos López de Alba

Leer, leer, leer

Leer, leer, leer

Leer, leer, leer. De eso se trata todo. No importa el formato, el soporte, el género o el proceso: ya sea en teléfonos móviles, muros, revistas, diarios, en boca de otros o hasta en libros; ya sea literatura, libros científicos, académicos o escolares, recetas de cocina o para ser una “mejor persona” en cualquier ámbito, el encuentro entre autor y lector siempre será sobre el mismo puente, íntimo, personalísimo: la lectura.

Por eso, el nombramiento de Guadalajara, México, como la Capital Mundial del Libro 2022 no puede ser más pertinente, urgente e indispensable: la nominación propuso un programa que vinculará a la lectura como motor de desarrollo social, por lo que este compromiso no debe concentrarse en un año de trabajo, o en el libro, sino en la supervivencia, en la calidad de vida, en la cohesión social, en la responsabilidad colectiva. Guadalajara tiene, por tanto, el peso no solo de ser la capital mundial del libro, sino también de la esperanza, en medio de un escenario asolador por las crisis que, en mayor o menor medida, todos enfrentamos: por la economía, la salud, la pandemia, nuestra clase política, los conflictos bélicos y la tristísima materialización de la violencia cada vez más cotidiana e intrínseca, que nos pone en riesgo en estadios, fiestas, en nuestra propia casa.

Hoy, 2022, cuando parece que el problema es cuidarnos de todas y de todos, sobresale el desafío de cuidarnos entre todas y todos, y la lectura es el conducto, por eso nos eligió UNESCO. Si no lo entendemos, si ponderamos los influyentismos, la corrupción, la antesala electoral, la foto y el coctel, perderemos una oportunidad irrepetible.

La gente en México, en Guadalajara, sí lee y lee mucho. Pero lee con atajos y de una forma cada vez más sesgada: los hábitos de lectura se transforman al punto que cada vez hay más escritores, editores, promotores de lectura y funcionarios públicos -más allá de etiquetas de género- cuya cultura libresca, como dice Ignacio Echeverría, es cada vez más escasa, rizomática, dispersa y descontinuada. 

Por fortuna también de eso se trata la literatura: se llega por atajos, por imitación y recomendaciones, como decía Stefan Zweig en su Encuentro con los libros: “el encuentro con un libro implica darlo a conocer a otros, en la medida de sus posibilidades”. Por eso, como editor, como lector, no me asustan Instagram ni twitch, me entusiasman: porque el libro es uno de nuestros inventos más perfectos, al punto que poco ha cambiado en 500 años, cosa que no ha sucedido con nuestros hábitos de lectura: del cincel a la tinta, del teclado al escáner, de la piedra al papiro, al códice, al muro, al papel, a la pantalla…

Aquí es donde trasciende este ejercicio sociocultural. ¿De qué le sirve a una mujer de Analco o Providencia o de la Mesa Colorada escuchar poesía camino al mercado o al trabajo? ¿En qué le ayuda a una niña o niño diseñar e imprimir un cartel en un taller en la vía pública? ¿Para qué asistir a un coloquio y escuchar cómo se deconstruye una novela? Como dijo Zweig: “a medida que crece nuestra intimidad con los libros, vamos profundizando también en los distintos aspectos de la vida, que se multiplican fabulosamente, pues ya no los vemos sólo con nuestros propios ojos, sino con una mirada en la que confluyen multitud de almas, una mirada amorosa que nos ayuda a penetrar en el mundo con una agudeza soberbia”. Una vez más, tenemos esperanza y esta vez está puesta en los libros, en la literatura. Que así sea.

@gogodealba

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