Sábado, 23 de Noviembre 2024

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Las palabras importan

Por: Jonathan Lomelí

Las palabras importan

Las palabras importan

Cuando escribo esta columna enfrento a veces un dilema: ¿uso el artículo femenino y el masculino para acompañar un sustantivo (lenguaje inclusivo)? ¿O uso nada más el masculino como una generalización de ambos sexos (a la antigüita)? 

Hace poco escribí “las y los jóvenes” en vez de “los jóvenes” para hablar del papel de las y los menores de 30 años en la elección del 2 de junio. ¿Se fijaron? Pude omitir ambos artículos al referirme a “menores”. Pero no lo hice. 

Hace poco en una discusión con una amiga feminista le expuse las desventajas “técnicas” del lenguaje inclusivo: las oraciones pierden eficacia y ritmo. Me refutó con un nocaut en el primer asalto: “Esa es la diferencia entre que te lea o no una centennial (menor de 25 años)”. 

Entendí que en este caso la gramática es una mandarina. El lenguaje inclusivo gana terreno sobre reglas y costumbres añejas. No es una moda o manía de las nuevas generaciones. Se trata, como he dicho antes, de una exigencia política feminista.  

Todavía me cuesta escribir ambos artículos, pero lo hago casi siempre. Los omito sólo cuando siento que la oración se alarga o resulta pesada. Soy un clavado del lenguaje: siempre busco la palabra más corta, la idea más sencilla, la expresión menos técnica. 

Sólo para el sustantivo neutro, confieso, aún no estoy preparado. Esto que me pasa con el lenguaje nos ocurre a muchos hombres en otros planos ante las conquistas feministas: la pareja, el trabajo, la política (vean Machos Alfa en Netflix; caricaturiza de forma muy divertida esta desazón masculina). 

Tras mi columna “Lemus ante la prueba del espejo” varios me escribieron para preguntarme si el candidato había ejercido violencia política en razón de género. En el texto intenté dar elementos para reflexionar, pero evité ser concluyente. Eso lo decidirá el tribunal electoral. 

Varios me reclamaron que llamar a alguien “hijo de” o “íntimo de tal” es una expresión común, no misógina. Pero pasan por alto el contexto: lo dijo el único candidato en un debate electoral con dos candidatas a gobernadora por primera vez en la historia. Ahí la cosa cambia. 

En este momento ningún político puede darse el lujo de ignorar estas fibras sensibles (tampoco un periodista). Son sutilezas a través de las cuales se asoma un cambio de época. El lenguaje jamás se transforma por decreto. Ocurre naturalmente. El tiempo dirá si este es el caso. 

En 2015 vivimos una polémica viral en redes sobre el color de un vestido. Una mitad lo veía azul y la otra, dorado. Incluso Kim Kardashian ventiló una crisis matrimonial con el rapero Kane West por ese debate -quizá el episodio más real de esa aventura conyugal. 

Podemos discrepar sobre el color del vestido. Pero nadie puede negar que hay un vestido y una discusión real que plantea el feminismo como realidad inobjetable. Hay muchos matices, claro, pero lo peor es negar el vestido. 

jonathan.lomeli@informador.com.mx

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