Añorábamos las lluvias, tardaron en llegar, pero llegaron. Lo que no teníamos claro era si estábamos realmente preparados para recibirlas, si en medio de la vorágine electoral prestamos suficiente atención al desazolve y repavimentación donde correspondía, si podíamos atender con prontitud los deslaves o si prevenimos a la ciudadanía sobre los puntos más críticos de inundación. La respuesta es no. Queríamos agua y el agua llegó.A sólo un mes de que finalmente la lluvia reconfortara esta tierra seca y cambiara la temperatura de la región se reportaron las primeras facturas: 10 víctimas mortales, la mayoría porque la corriente los arrastró en sus propios vehículos. Pero no se contabilizan los que han perdido la vida sorteando los efectos de los deslaves o las pérdidas por vehículos dañados en carreteras o arterias rápidas. Esa es otra métrica.Guardando todas las distancias y todas las licencias literarias posibles, recordé el cuento “Es que somos muy pobres” de Juan Rulfo (“El llano en llamas”, 1953). Es tan breve y tan contundente que, escrito hace siete décadas, podría narrarnos lo que hemos visto en las noticias en los últimos días. Siete décadas después seguimos viendo las mismas lamentables pérdidas, tanto en las zonas rurales como metropolitanas.En aquella historia se narra cómo la lluvia de sólo una noche acaba con la esperanza de una familia y contabiliza las pérdidas en el pueblo, de cómo la creciente del río arrasa con lo que encuentra a su paso, pero sobre todo cómo la familia de “Tacha” ve la virtud de una niña en riesgo cuando su vaca “Serpentina” es arrastrada por la corriente. Tenemos claro que contra la fuerza de la naturaleza no hay nada que hacer. Nada. Puede que la percepción sea distinta para cada uno de nosotros, pero estas lluvias que llegaron pareciera que lo hicieron con más furia que otros años, o quizá nuestra ciudad ya quedó corta para recibirlas, quizá sobrepasamos los límites entre la deforestación, la mala planeación, la falta de saneamiento o de podas oportunas de árboles, pero los números fríos no engañan a nadie. Desapariciones aparte por dicho fenómeno, el año pasado se registraron 18 decesos; en 2024 suman 10 y quedan al menos dos meses más de precipitaciones intensas. Todavía no resolvemos cómo corregir los puntos de inundación conocidos de siempre. La historia se repite año con año. Prevención sería un punto de partida al menos para evitar pérdidas humanas. ¿Tenemos suficiente información en aeropuertos y centrales de autobuses o en los hoteles sobre los puntos críticos de inundaciones en nuestra ciudad para los visitantes que no están familiarizados con ellos? ¿Tenemos suficientes anuncios, espectaculares o una App socializada que nos oriente? Quienes transitamos la ciudad sabemos qué puntos evitar; quienes nos visitan, ¿podrían saberlo? Tenemos en la ciudad puntos de inundación de hasta dos metros de altura, no hay peatón o auto que lo resista.La pregunta es ¿qué estamos haciendo para evitarlo?. No hay manera de que Protección Civil resuelva en una noche lo que nos dejó una lluvia como la que llegó el pasado 2 de julio, con los daños colaterales para viviendas y autos, o para los comercios afectados por la demora en el restablecimiento de los servicios. El recuento de los daños podría seguir y seguir, pero las lluvias apenas empiezan; lo importante es qué hacemos para cuidarnos, para prevenir en primera persona una situación de riesgo y que no nos suceda lo mismo que a “Tacha” y a su familia en el cuento de Rulfo, que perdieron a “La Serpentina”, pero guardan la esperanza de encontrar al becerro.