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Las complicaciones de la sucesión presidencial

Por: Enrique Quintana

Las complicaciones de la sucesión presidencial

Las complicaciones de la sucesión presidencial

Cuando se observa cómo han sido las diversas sucesiones presidenciales que ha tenido México, encontramos que las transiciones complicadas han sido más la regla que la excepción.

El Presidente López Obrador confía en que esta ocasión sea diferente pues el candidato de Morena habrá de definirse a través de encuestas. Pero, hay de encuestas a encuestas. Solo hay que recordar aquella de noviembre de 2011 que le dio la candidatura a López Obrador por encima de Ebrard.

Fueron cinco preguntas y AMLO ganó tres mientras que Ebrard tuvo ventaja en dos. Por ejemplo, Ebrard estaba por arriba de López Obrador en el saldo de positivos y negativos.

Sin embargo, el entonces Jefe de Gobierno del Distrito Federal tomó la decisión de preservar la unidad de la izquierda y respaldó a AMLO, pero estuvo allí a la semilla de un conflicto.

Le recuerdo otros casos.

Vicente Fox quería que el candidato presidencial del PAN en 2006 fuera Santiago Creel, su secretario de Gobernación. Pero Felipe Calderón tomó la decisión de buscar la candidatura presidencial del PAN y acabó imponiéndose, aún en contra de la voluntad del entonces presidente.

Ernesto Zedillo operó para imponer como candidato presidencial del PRI a Francisco Labastida, deteniendo el intento de rebelión de personajes como Roberto Madrazo y Manuel Bartlett. Aunque lo consiguió, la candidatura de Labastida fue perdedora y dio paso a la primera alternancia de la historia en la presidencia de la República.

Carlos Salinas de Gortari deshojó por algún tiempo la margarita, evaluando a Manuel Camacho o Luis Donaldo Colosio como candidato del PRI en 1994. Las circunstancias trágicas de aquel año condujeron a que el candidato no fuera ninguno de ellos dos sino Ernesto Zedillo.

José López Portillo contaba en su libro Mis Tiempos, que por algún tiempo pensó en que Jorge Díaz Serrano pudiera ser su sucesor. Pero, el estallido de la crisis económica al final de cuentas lo condujo a elegir a Miguel de la Madrid, que dio un giro en las políticas de López Portillo.

Años atrás, un presidente se arrepintió de su designación. Gustavo Díaz Ordaz nombró como su sucesor a Luis Echeverría, con la expectativa de que le diera continuidad a su estilo de gestión. Las formas de Echeverría en Gobernación parecían justificar esa visión.

Resulta que, apenas pocos días después del “destape”, Echeverría se mostró como alguien que quería romper con la herencia de Díaz Ordaz.

En las sucesiones ha pasado de todo. Un candidato, aparentemente muy leal, que cambió radicalmente y organizó una rebelión. En otros casos, el presidente tuvo que ceder ante el empuje de terceros. En otros más, las circunstancias impusieron una agenda totalmente diferente a la que el presidente imaginaba. Otros más condujeron a que la elección del presidente en turno fuera fallida.

Lo dicho: la excepción pareciera ser en México un proceso de sucesión terso y sin sobresaltos. Pensar que con las actuales circunstancias tendremos en 2024 un proceso sucesorio como lo quiere el Presidente López Obrador, sería ingenuo.

La historia política mexicana todavía tiene muchas sorpresas que darnos.

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