Hemos reducido las campañas electorales a una carrera de caballos: sólo importa quién lleva la delantera y si alguien sufre una caída.Genera más revuelo la encuesta y el escándalo/acusación del día. En el centro del debate se destaza a la víctima del momento, se glosa el lapsus linguae de tal candidato o candidata, y se desmenuza la especulación demoscópica.Discutimos más quién encabeza las preferencias electorales, si Vero Delgadillo o “Chema” Martínez, si Claudia Delgadillo o Lemus, pero menos cuál es realmente su política de vivienda o su postura ante la gentrificación y su diagnóstico sobre el abasto de agua.Tenemos sólo pinceladas: spots, posteos en redes, playeras con mensajes chidos y, con suerte, alguna entrevista arreglada con un presentador, locutor de la farándula o influencer. Si es de la ciudad de México, mejor; entre más alejado de la realidad local, menos riesgo.Ya no asisten a entrevistas serias. No acuden a los debates o exigen formatos cerrados. Evitan los encuentros en foros universitarios. Minimizan el diálogo público con vecinos y vecinas. En cualquier espacio negocian condiciones inocuas para evitar incomodidades.En una entrevista seria, foro académico o debate abierto, muestran sus contradicciones, tropiezan sus principios, aflora su impericia con los datos y su alejamiento de la realidad que desean gobernar. Ninguno viaja en camión ni paga más de la mitad de su salario en renta.La manera en la que imponen su agenda es inédita. Relatamos sus historias, sus encuestas manipuladas, su guerra sucia, replicamos sus acusaciones y su desinformación. Se refugian en sus redes sociales como un oso que hiberna mientras afuera transcurre el mal tiempo.Sufrimos un peligroso empobrecimiento del debate público. Los candidatos convierten en una decisión personal el derecho colectivo a una información veraz, contrastada y profunda.Esta lógica de carrera de caballo sólo le conviene a las y los candidatos y sus partidos. De esta manera desplazan del centro del debate los verdaderos problemas de la comunidad y sus soluciones.El destino de una ciudad y un estado no puede depender de la suerte de un caballo con anteojeras que ganó una carrera. Necesitamos políticos y políticas profesionales dispuestos al diálogo, el escrutinio y la crítica.