Al mismo tiempo que se empezaba a organizar el Imperio español, a principios del siglo XVI, también se tomaban medidas y se disponían reglas para el traslado y el resguardo de bienes, caudales y documentos importantes de las autoridades civiles y eclesiásticas, las distintas instituciones y corporaciones. El Libro de las bulas y pragmáticas de los Reyes Católicos recoge las ordenanzas de 1500, dadas en Sevilla, para que se mandaran hacer arcas donde guardar, por ejemplo, las escrituras y los privilegios municipales. El mueble debía ser lo suficientemente espacioso para guardar el tipo de objetos de que se tratara y tendría que tener cuando menos tres llaves: en los ayuntamientos, se estipula que “la una la tenga la justicia, et la otra uno de los regidores, et la otra el escribano de Concejo”. Los tres “claveros” o “clavijeros” tenían que estar presentes cada vez que se abriera el arca. La repartición de las tres llaves se cumplió en todos los territorios peninsulares y de ultramar, y la costumbre duraría siglos.Por supuesto que desde la época romana existían cajas fuertes con cerraduras con guarda que sólo abrían con la llave correspondiente, pero a partir del siglo XIV las innovaciones en las artes de la forja llevaron a crear piezas cada vez más complejas y precisas (esto quiere decir que las famosas arcas que por mandato de Mío Cid dejó Martín Antolínez en manos de Raquel y Vidas, en el siglo XI, eran todavía como las romanas).Fue en el siglo XVI cuando se empezaron a manufacturar piezas de gran complejidad, que incluían resortes, pestillos y ballestas articulados en un engranaje muy difícil de entender pero que al accionarlo con una llave abría o cerraba herméticamente el mueble. En todos los rincones del Imperio, de Manila a Milán, de Nuevo México a Buenos Aires, y no sólo en las ciudades sino hasta en las humildes parroquias rurales, hubo esas arcas de tres llaves, algunas de ellas conservadas en los museos actuales (hay algunas que más bien parecen roperos). “Cajas de yerro” dicen a veces los inventarios antiguos, o también “cajas de Flandes”, pues como tantas otras cosas en la época (incluyendo el Emperador) llegaron originalmente de las posesiones germanas, o “cajas de soldada” por guardar el pago de las tropas, o bien “cajas de Alemania”, pues fue un cerrajero de Nuremberg quien inventó el sistema por el que una llave desplazaba de un solo golpe todos los pasadores, que podían ser más de una docena.En esos objetos, tan ingeniosos cuanto fuertes, viajaban y se guardaban los tesoros, los secretos y los bienes más preciados. Su armazón y sus mecanismos internos eran extraordinariamente fuertes, sus cerraduras auténticas obras maestras, y sin embargo en la mayor parte de los casos lo que primero llama la atención es la policromía y el primor de su decoración por fuera, generalmente una cubierta de cuero adornada con los más diversos motivos. Vale la pena buscar en las colecciones de los museos estas maravillas y observarlas con cuidado.