La industria de la desaparición de personas en Jalisco avanza imparable ahora con el uso de ladrilleras y crematorios clandestinos que encienden un foco rojo sin precedentes. Explico por qué. Jalisco es el segundo Estado con más ladrilleras en el país. Según el “Proyecto Piloto del Modelo de Parques Ladrilleros Sustentables” (Semadet, 2017), en la Entidad hay dos mil 500 ladrilleras y el 46% está en la Zona Metropolitana de Guadalajara, la mayoría en Tlajomulco, Tonalá, Tlaquepaque y El Salto, epicentros de desapariciones. Casi la mitad opera en la informalidad. Consulté a colectivos de búsqueda. El primer indicio de esta modalidad de desaparición lo detectaron en enero de 2022, en la Colonia Francisco Villa, en Tonalá. Allí la autoridad exhumó 31 cadáveres de una fosa clandestina junto a una ladrillera. Un padre buscador me contó que entrevistaron a trabajadores de esas ladrilleras. Uno de ellos, aludió mi fuente, le confesó: “Me obligan a meter restos humanos con mi material”. En las ladrilleras de Jalisco, según el último censo, trabajan alrededor de 22 mil personas, muchos de ellos menores. Es un grupo vulnerable con carencias y mucha pobreza. La primera referencia oficial de una ladrillera empleada como crematorio clandestino ocurrió el 20 de agosto de este año. En Lagos de Moreno, la Fiscalía del Estado localizó un horno ladrillero con restos de dos personas. En el lugar había cinco machetes, una motosierra y un marro. El hallazgo derivó de las investigaciones sobre los cinco jóvenes desaparecidos en ese municipio. Pese a la dificultad para la identificación forense -la calcinación complica grandemente las confrontas de ADN-, los restos no eran de los muchachos desaparecidos. Esta semana los colectivos de búsqueda ubicaron un crematorio clandestino que operaba por las noches en la Colonia Artesanos, en Tlaquepaque. Vecinos refirieron a la prensa que desde hace al menos cuatro o cinco años el lugar despedía olores fétidos como a pelo y carne quemada. El martes, los buscadores y buscadoras localizaron un barranco con restos calcinados en Lomas del Refugio, en Zapopan. En febrero escribí la columna “Narcoguerra: la historia atroz de los cuerpos” en donde narré la desechabilidad de los cuerpos a través del tiempo. Primero los arrojaban en brechas y lotes baldíos. Luego los aventaban en la vía pública como ocurrió en 2011 en los Arcos del Milenio. De allí pasaron a su exhibición en puentes. La estrategia migró a la disolución en ácido, pero el mecanismo era caro, lento y escandaloso. Así llegamos a las fosas clandestinas y los desmembramientos. Aquel texto lo terminé con estas líneas: “En 2011 nadie imaginó la frontera que ha alcanzado esta barbarie, ¿alguien imagina algo peor a una fosa clandestina con cuerpos desmembrados y miles de desaparecidos?”Ese horror sin fondo traspasó un nuevo umbral.