Hace tiempo que los críticos de la modernidad capitalista han subrayado el hecho de que la economía capitalista que se centraliza en las grandes ciudades ha terminado por hacer inviables, insustentables y caóticas las grandes concentraciones urbanas. Uno de los efectos de estas caóticas y monstruosas concentraciones urbanas es que las urbes tratan de expandirse a costa de invadir, despojar y causar perjuicios a los pueblos cercanos a dichas grandes ciudades. Un ejemplo concreto de esta tendencia de expansión de las urbes a costa de los pueblos lo vivimos aquí en la Zona Metropolitana de Guadalajara.Hay varios casos y el más reciente de ello es el movimiento social que ha crecido entre pobladores de Tala y otras localidades cercanas por el anuncio del gobierno del Estado de que el nuevo basurero metropolitano se pretende construir en su territorio. Los pobladores protestan en contra de esta decisión que, aseguran, no se les consultó y porque no quieren que se repita la historia de contaminación y envenenamiento y la consecuente afectación a la salud de los habitantes cercanos al basurero Los Laureles, asentado en Tonalá y que afecta especialmente a habitantes de El Salto. No quieren que se repita la misma historia de contaminación y de un vertedero de basura manejado de forma irresponsable y descuidada por la empresa contratista.Otro ejemplo de esta afectación que la expansión de la urbe para satisfacer sus necesidades básicas ocurre afectando a los pueblos es el megaproyecto hidráulico de la presa El Zapotillo cuyo plan original suponía la inundación de tres localidades: Temacapulín, Acasico y Palmarejo. De no ser por la tenaz resistencia que llevaron a cabo los habitantes, sus pueblos ya estarían inundados.Pero no todos los pueblos alcanzan a salvarse, y terminan siendo arrasados. Es el caso de Arcediano, la única localidad rural del municipio de Guadalajara que fue arrasada por la Comisión Estatal del Agua en su empeño de construir una presa en ese punto de la barranca de Oblatos, presa que al final fue cancelada pero no se detuvo el arrasamiento del pueblo. Otro pueblo que fue destruido por las necesidades de servicios de la zona Metropolitana de Guadalajara fue Los Tempisques, de Zapopan, destruido para llevar los lodos de la planta de tratamiento de Agua Prieta, asentada al norte de la metrópoli.En los últimos 30 años, la expansión urbana de Guadalajara engulló prácticamente la zona de El Valle de Tlajomulco que pasó de rancherías, campos de cultivos y establos para ordeñar vacas a una zona llena de fraccionamientos y cotos donde vive hacinada una cuarta parte de los habitantes de la zona metropolitana de Guadalajara. Otro pueblo que recientemente ha denunciado el peligro que corren sus aguas es Santa Cruz de las Flores, en Tlajomulco, el cual ha denunciado que una empresa de los laboratorios Pisa pretende verter sus desechos en un canal a cielo abierto, con el consecuente riesgo de contaminación que corren. Hace 30 años esta misma población se opuso, y logró parar obras de extracción de agua de sus mantos freáticos que pretendía hacer el SIAPA. Estos breves ejemplos, que no son los únicos, muestran cómo la expansión de la gran urbe que es Guadalajara para satisfacer sus necesidades básicas como deshacerse de sus deshechos, traer o limpiar agua o construir viviendas, para sus pobladores implica la afectación, a veces irreversible, de localidades cercanas y no tan cercanas. Hemos construido ciudades que de manera insana necesitan una presa a 150 kilómetros de la ciudad (presa El Zapotillo) o que necesita de un vertedero a 50 kilómetros de la urbe para tirar la basura que producimos. Y lo peor de todo es que a pesar de la destrucción que hacemos de otros pueblos y localidades, no mejora la calidad de vida de los tapatíos. Vivimos en un sistema urbano en crisis de contaminación, de producción y consumo que deteriora la calidad de vida de la mayoría de sus habitantes y los expone a jornadas diarias de trabajo extenuantes, largas jornadas de tráfico donde se pierde parte importante de la vida cotidiana de los habitantes y que al final deja cuerpos exhaustos, cansados y estresados. Nuestra incapacidad para resistir y combatir esta economía capitalista que produce cuerpos exhaustos al servicio de la acumulación de capital, es al mismo tiempo nuestro sacrificio para que esta economía siga reproduciéndose. rubenmartinmartin@gmail.com