Pocos son los personajes ajenos a la tradición judía que aparecen en la literatura, la iconografía y la liturgia cristianas. Pero los hay, y el ejemplo más claro son los Reyes Magos, o Magos de Oriente, que aun siendo gentiles tuvieron la revelación del nacimiento del Mesías, como se asienta en los Evangelios. Otro grupo del que no hay referencias bíblicas, pero sí de los Padres de la Iglesia y la tradición, lo forman profetas paganos a los que se atribuyen vislumbres de la venida del Mesías. Sobresalen ahí las sibilas, y entre ellas la de Cumas, de largo historial en la cultura grecorromana.Esa sibila debe su fama cristianizada a Virgilio (otro que se coló en el grupo), pues en sus Bucólicas (égloga IV) escribe sobre “los últimos tiempos, marcados por el oráculo de la Sibila de Cumas”, en que se renueva la rueda de los siglos, llegan la Virgen y el reino de Saturno, y baja del cielo una nueva raza: un niño nacido en el reinado de Augusto que acabará con la generación del hierro y abrirá paso a una generación de oro. Así acabó la profetisa siendo incluida hasta en la liturgia; por ejemplo, se cantan en el Dies irae estos versos: “Día de ira en que el mundo se deshará en polvo, como anuncian David y la Sibila”.* La citan Eusebio de Cesarea y San Agustín entre los Padres antiguos. Pero el gran éxito de la cristianización de las sibilas (y su aumento demográfico de diez a doce) se dio en la Edad Media y el Renacimiento, cuando aparecen profusamente en la iconografía (el Concilio de Trento intentaría luego, sin mucho éxito, moderar esa intromisión pagana). En la Capilla Sixtina, Miguel Ángel las pinta alternando de igual a igual con los profetas canónicos. Está ahí por supuesto la Sibila de Cumas (cuyo brazo izquierdo, por cierto, sugiere que cuando no profetizaba hacía pesas). Los oráculos suelen estar en lenguaje cifrado, oscuro: había que interpretarlos (por algo se dice “sibilino”); no era raro que, como la Pitia de Delfos, jugaran con quien las consultaba dando respuestas ambiguas donde el cambio de una coma podía significar una cosa o lo contrario. Además, la Sibila de Cumas, nacida en Asia Menor (de un señor normal y una ninfa) y que vivía en una cueva cerca de Nápoles, tenía la peculiaridad de hablar en verso. Sus historias son entretenidas y vale la pena leerlas. Antes de instalarse en la colonia griega de Cumas, la Sibila había rechazado los avances de Apolo; acabó castigada por pedirle una vida larguísima porque se le olvidó añadir que también quería la juventud perpetua. Ella le vendió a Tarquino el Soberbio (último rey de Roma) los libros sibilinos, carísimos. Le ofrecía primero nueve, pero Tarquino no quiso pagar, así que ella quemó tres. Luego le ofrecía los seis restantes por el mismo precio, y nada: quemó otros tres. Y por último le enjaretó los últimos tres por el mismo dinero. Esos libros se guardaban en el templo de Júpiter Capitolino y sólo eran consultados, previo permiso de los senadores, en casos de emergencia.* “Dies irae, dies illa / Solvet sæclum in favilla / Teste David cum Sybilla.”