Dedicamos mucho de nuestro tiempo a informarnos atendiendo medios de comunicación, trabajamos recibiendo mensajes electrónicos y expresamos nuestros pensamientos o adhesiones en las redes sociales. Pareciera, en algún momento, que ahogamos los sentidlos en un torrente de mensajes. Los consumimos en instantes; están hechos esencialmente de palabras, como decía John Austin, el filósofo analítico inglés. La mayor parte son construidos técnicamente para persuadirnos de “algo”; ya sea para concitar adhesión, repulsión, inducirnos a comprar mercancías, o para que nos sumemos con un me gusta o reenvío, o votemos por algún partido o personaje.Nunca como ahora la humanidad había estado sometida a tal cantidad de mensajes compartidos, tanto en los círculos familiares, comunitarios o globales.Los antiguos griegos crearon la técnica retórica para persuadir por medio de la palabra, y la desarrollaron de tal forma, que luego los romanos, la iglesia y posteriormente con la modernidad, el poder público y las fuerzas económicas la utilizan para inducir a la acción.Este arte de la persuasión tiene como elemento fundamental la creación de argumentos que sean, creíbles, convincentes para quienes los reciben. Lo convincente es distinto a lo verdadero. La esencia del arte retórico de la persuasión está en la construcción formal de los argumentos para conectarse con quienes los reciben. Construyendo así una realidad hecha de palabras que no trata de describir una realidad, ni demostrar una verdad objetiva con bases científicas, sino de narrar argumentos y exaltar emociones que induzcan a la acción.Es la realidad de las palabras la que domina la percepción y no la realidad objetiva. Nuestra sociedad consume argumentos que han de ser convincentes para quienes los reciben y por tanto no siempre tienen tras de sí hechos reales o “verdades”, porque se trata de convencer y no de demostrar; por lo que frecuentemente exaltan más a las emociones que a las razones. El miedo y el odio resultan ser muy eficaces para estos propósitos.La retórica del miedo mueve a sociedades enteras a la guerra, o provoca movimientos en contra de quienes representan una amenaza. El odio detona las acciones más violentas de la naturaleza humana, llega a desconectar la racionalidad provocando reacciones incontrolables.Bajo el principio de la libertad de expresión la sociedad contemporánea ha desarrollado un sofisticado sistema de comunicación desde los ámbitos familiares, en donde hacemos grupos para intercomunicarnos, hasta las corrientes de opinión pública de las naciones y las regiones geopolíticas. En ellos recibimos mensajes persuasivos y con base en ellos nos adherimos o “estamos de acuerdo” o no, con los argumentos expuestos por otros. El flujo de los mensajes ha crecido geométricamente en pocos años aumentando la presión sobre las personas para consumirlos y provocando hasta una suerte de angustia para estar conectados a una red que nos determina.Es un ejercicio en el que las personas se sienten “libres” de recibir y reaccionar ante los mensajes, provocando una especie de satisfacción por participar. Sin embrago, no todo resulta tan positivo cuando se considera que el control de la narrativa de los argumentos persuasivos puede conducir a un alineamiento de la forma de pensar y a una reducción de la libertad, entendida como capacidad de decidir; o peor aún, a admitir la falsedad como realidad.La guerra de Ucrania ha puesto de manifiesto la importancia del control de la retórica de la violencia. Resulta claro que Rusia expande sus mensajes para persuadir a sus ciudadanos, que China trata de mantener control de la narrativa y que los países de Occidente tienen su propia realidad hecha con palabras. En cada caso, la violencia desatada tiene una justificación. Algo parecido pasa en México con las desapariciones y la delincuencia, ya que también se trata de controlar la narrativa con argumentos que justifican la violencia, para que sea apreciada como algo lejano o ajeno, cuando la tenemos en las narices, o para que deje de ser percibida como amenaza, refiriéndola a hechos que pasan entre “otros”. La justificación, es decir, la creación de argumentos que explican retóricamente la violencia es al final de cuentas una forma de deshumanización. Quizá una de los mayores reclamos que las generaciones venideras hagan respecto de lo que estamos haciendo, sea el reclamarnos que nos hemos conformado con consumir la retórica de la violencia creciente, tolerando el odio hacia grupos y personas por el simple hecho de ser distintas o pertenecer a grupos distintos a los nuestros. Quizá nos digan que dejamos de lado los valores esenciales y nos ahogarnos pasivamente en el mar de mensajes de la retórica de la violencia y el odio.luisernestosalomon@gmail.com