El lunes pasado fue un día de contrastes muy marcados en el entorno de Donald Trump; por una parte, desde el Departamento de Justicia le llegó la buena noticia de que dos casos federales en su contra -su intento por anular las elecciones presidenciales del 2020 y acaparamiento de documentos gubernamentales clasificados que estaban en su casa y la obstrucción para recuperarlos- se les ponía “una pausa” en atención a la inmunidad temporal que se le otorga a los presidentes “y no se distraiga de sus deberes oficiales”, y “engallonado” por la buena noticia, sacó de de lo más profundo de su “yo interno” la agresividad característica y en tono amenazador dijo que el 20 de enero -cuando asuma por segunda vez el cargo- impondrá aranceles del 25 por ciento a todos los productos que ingresen desde Canadá y México. “Este arancel permanecerá vigente hasta que las drogas, en particular el fentanilo, y todos los extranjeros ilegales detengan esta invasión de nuestro país”, dijo Trump en su red social, haciendo énfasis que manos paises vecinos “tienen el poder absoluto para resolver fácilmente este problema que lleva tanto tiempo latente”. Y por supuesto, a la amenaza de los aranceles tenemos que agregar la ratificación de la advertencia que hizo sobre la deportación masiva que planea implementar a partir de su primer día de gobierno, donde podrían verse afectados poco más de 12 millones de indocumentados, más de 13 millones que tienen residencia permanente y que están en procesos pendientes, 4 millones de familias mixtas -donde ciudadanos norteamericanos están casados con inmigrantes- y poco más de 5 millones de hijos ciudadanos de indocumentados que pudieran complicar sus trámites por los ajustes a las leyes migratorias que ya se redactan para enviarse al Congreso.La respuesta a la amenaza de imposición de aranceles a las importaciones sacudió a ambos lados de la frontera. Del otro lado del Río Bravo, la industria automotriz estadounidense, que depende en gran medida de ambos países -México y Canadá- para refacciones y manufactura, respingo y advirtió que la medida incrementará los precios y que repercutirán en los bolsillos de los vecinos. Y desde nuestro país, ayer por la mañana Claudia Sheinbaum presentó a los medios la carta que envió a Donald Trump, donde le responde le responde con clase, sentido común y un argumento muy válido: “No es amenazas ni con aranceles como se va atender el fenómeno migratorio ni el consumo de drogas en Estados Unidos. Se requiere de cooperación y entendimiento recíproco a estos grandes desafíos, a un arancel vendrá otro en respuesta hasta que pongamos en riesgo empresas comunes”. Y lo remató recordando que, “Usted debe estar al tanto también del tráfico ilegal de armas que llegan a mi país desde los Estados Unidos. El 70 por ciento de las armas incautadas a delincuentes en México provienen de su país, las armas no las producimos nosotros, las drogas sintéticas no las consumimos nosotros, los muertos por la delincuencia para responder a la demanda de drogas de su país, lamentablemente si las ponemos nosotros”.Si Trump atiende a los razonamientos de su industria y a la misiva desde Palacio Nacional, quién sabe. Lo que sí es cierto es que hoy la reacción del gobierno mexicano es argumentada, legítima y mesurada, y no con mensajes de “somos un país libre y soberano...somos independientes... no somos colonia de nadie... aquí mandamos los mexicanos”, como respondía el anterior inquilino de Palacio. Eso ya es ganancia.¿Usted, qué opina?
