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La memoria es la inteligencia de los tarugos

La memoria es la inteligencia de los tarugos
Habiendo puesto ese título, yo debo ser bastante bruto, porque me acuerdo de muchísimas cosas, casi siempre carentes de utilidad, pero que me entretienen.
Por los cincuentas apareció por estos rumbos un gitano con un oso, que según me comentó mi querida y extrañada amiga María Palomar, no era oso sino osa y se llamaba Carolina, que bajo las órdenes de su dueño daba espectáculo como si fuese un soldado y marchaba ante los espectadores de aquella sencilla sociedad que era Guadalajara, y muchos de los viejanos, como lloviznando, recuerdan ese espectáculo. Y más porque aquí no hubo zoológico hasta muchos años después y animales no hogareños no se veían más que en circos, cuando venían.
Otros animales más vistos era el ganado que llevaban al rastro y un camino de los que venían del Poniente de la ciudad era entrar por López Cotilla hasta 8 de Julio, donde se iban al matadero; un día que estábamos viendo pasar gente, de repente pasó corriendo un toro, aparentemente descontrolado. Después se supo que, en su carrera, el toro entró a una casa en cuyo patio una familia, González, creo, estaban en la botana y echándose unos tragos, y no quiero contarles la de destrozos que hizo el animal, que provocó que los asistentes se encerraran en los cuartos y una de ellas en un ropero, y cuando los vaqueros sacaron al toro, don Alfonso, el marido, le fue a tocar y ella preguntó quién era y el marido le respondió que era el toro y ella se negaba a salir. Al día siguiente fue el comentario del barrio.
La ciudad era tranquila y de todo nos enterábamos. Así, en casa de don Alfonso había una chica del servicio que parecía tenía buena voz y en la radio había un concurso de canto en que se ganaban premios, pero había un diablo con una corneta que interrumpía al cantante. Pues el día que le tocaba ir a cantar, todo el rumbo estaba atento al suceso, hasta que ella desafinó y la interrumpieron, y se frustró el que pudo ser un futuro musical que fue sentido por toda la colonia.
Y cómo no decir de mi tío Alfonso, quien fue el último macho que hubo en este universo y así, leía diario el periódico y mi tía, atenta a los deseos del tío, le cambiaba las hojas del diario y le limpiaba la sal que se le pegaba en las manos al comer cacahuates, para que no se mortificara. Esos eran hombres, no fregaderas… en los tiempos actuales, uno de sus hijos, que es fumador, tiene que salir a fumar fuera de su casa.
Mi actual esposa, que ha sido la única que he tenido, es muy buena persona y muy amable, pero he tratado de que me pase las hojas del periódico y me limpie la sal y, a la fecha, no lo he logrado, aunque seguiré intentándolo, es que “¡se acabaron los gitanos/ que iban por el monte solos!/ Están los viejos cuchillos/ tiritando bajo el polvo”.
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