En la marcha de Ciudad de México del domingo, miles de participantes no se detuvieron en el templete, no esperaron el discurso ni –cuando fue el caso de que llegaron después de terminado el parlamento de José Woldenberg– lamentaron perdérselo; la protesta no tenía, en pocas palabras, como culmen juntarse en un mitin en contra de la pretensión lopezobradorista de cambiar las reglas electorales y algunas de la representación.Esta marcha se distingue de otras en que su centro neurálgico no estuvo en el que fue marcado por los organizadores como el final de la parada. El monumento a la Revolución era sólo un punto del trayecto. Sí, a partir de ahí se dispersaron, cambiaron el ritmo de su caminar y multiplicaron las rutas de una protesta que formalmente terminaba en un monumento a hombres tan poco democráticos como Plutarco Elías Calles, pero los que marcharon nunca tuvieron como objetivo hacer una concentración para “oír” a alguien.Ellas y ellos querían, sobre todas las cosas, ser el mensaje, no escuchar uno. Manifestar una postura, no esperar una proclama. Que se viera su protesta , junto con la de miles y miles más, no endosar ésta en torno a una persona –u organización– que los representara, encabezara, dirigiera, expresara.A este contingente lo une el hartazgo y el temor. La causa del primero tiene nombre y apellido, el otro es más difuso –se llama fin del INE, pero también se le nombra con escenarios de catástrofe para la democracia.A saber si una mejor disposición del templete (con pantallas por todo el perímetro de la Plaza de la República, con sonido en 360 grados, con bocinas en las calles adyacentes, etcétera) hubiera generado una concentración final más convencional, más enardecida, más parecida a las del ingeniero Cárdenas, a las de Maquío o Fox. Por lo que vi, ni subsanando tan elementales fallas de organización se hubiera logrado un resultado sustancialmente distinto o mejor. Porque la marcha caminaba por otra vereda.Esta marcha –siempre me refiero sólo a la que vi, en CDMX— empezó en muchas casas hace bastantes meses, y seguirá latente.Esta vez fue una marcha por el no, para decir no a una reforma del Gobierno de AMLO, para manifestarle oposición al Presidente. Fue la materialización de una resistencia que se ha rumiado de tiempo atrás, y que no veía ni ve en ningún otro actor la capacidad de articular, a nombre de la ciudadanía, ese rechazo.Porque si bien es cierto que la gente respondió a la invitación de algunas organizaciones que han intentado conformar un bloque opositor a Andrés Manuel López Obrador, la verdad es que esas iniciativas, y sobre todo los partidos formales, no habrían podido encabezar en forma alguna al contingente: esto porque las dirigencias y las principales figuras partidistas carecen de autoridad o ascendencia sobre la ciudadanía.De forma que lo que se vio serpentear el domingo por el Paseo de la Reforma y calles aledañas es una nada menor argamasa cuya forma duradera no se sabe cuál será, dado que al menos en esta manifestación no se buscaba líder, caudillo o siquiera candidato.Son, ni qué dudarlo, una voluntad que quizá alguien pueda en el futuro próximo seducir o capturar, pero qué revelador que a menos de dos años de la elección federal las personas que participaron manifiesten por sí mismas su capacidad de protesta, y no necesariamente su desespero por ser instrumentalizados o representados.Fue una marcha donde el mensaje trascendente fue la participación ciudadana en tanto masa viva y, por ahora, activa. sal.camarena.r@gmail.comSalvador Camarena