Con un mensaje de 10 minutos, con el convivio y un desayuno con la fuente presidencial, que lo cubrió religiosamente todos los días a las siete de la mañana en el Salón de la Tesorería del Palacio Nacional, en sesiones que llegaron a prolongarse casi cuatro horas, el Presidente Andrés Manuel López Obrador pondrá fin a sus ruedas de prensa mañaneras, que inauguró en el año 2000 siendo Jefe de Gobierno de la Ciudad de México, y que mantuvo desde el primer día de su Gobierno y hasta este lunes, el último día de su sexenio.Ahí estarán los que se ostentaban como periodistas sin serlo, y que fueron sembrados ahí como esquiroles y paleros, para hacer preguntas a modo y para inducir los temas que el Presidente y su equipo, encabezado en la producción de la mañanera por su vocero (que nunca necesitó), Jesús Ramírez, querían colocar en la agenda pública. Su papel, caricaturizado a la perfección por el tristemente célebre Lord Molécula, fue clave para cumplir el esquema de esa genialidad comunicativa de AMLO. Su complicidad, estorbaba y ocupa el espacio de los auténticos periodistas, lo que salvó muchas veces al tabasqueño de verse en aprietos por los continuos escándalos que hubo en el Gobierno de la 4T.Más que ser un espacio para la transparencia y para el “diálogo circular” del que se jactaba López Obrador, las mañaneras fueron el espacio ideal para la propaganda del Gobierno de la 4T. Para eso las mañaneras fueron altamente exitosas y cumplieron con creces los objetivos de imponer la narrativa de la 4T. López Obrador no salía cada mañana luego de su muy inútil junta de seguridad, para responder a las preguntas de la prensa y dirigirse a las y los colegas ahí presentes, aunque a veces se veía obligado a hacerlo. Muy pocas veces perdió el control de ese su espacio estelar de poder. Cuando sucedió en los episodios que le hicieron crisis, en unos cuántos días se volvía a imponer. Él salía a dirigirse a sus votantes, a los que para él constituyen “el pueblo bueno”, a los que les mandaba los cheques del bienestar, por eso les hablaba pausado, con dichos rancheros, con clases de historia y con complacencias musicales.Su alta popularidad y credibilidad, le permitía mentir constantemente en la mañanera. Así podía asegurar que su Gobierno era el de la cuarta transformación en la que se había acabado la corrupción, el huachicoleo, la salud al nivel de Dinamarca y la erradicación de los lujos de Gobierno como el avión presidencial y Los Pinos. Objeto volador y espacio público exclusivo, que fueron dos de sus más grandes símbolos de los muchos que manejaba con inigualable dominio para articular sus mensajes. Así, podía hablar de su humildad franciscana, pese a vivir en un Palacio.El púlpito mañanero fue su lugar preferido para disparar verbalmente contra sus “adversarios”, los fifis, los conservadores y aspiracionistas, contra los medios y periodistas incómodos a los que desde ahí les disputaba la audiencia. Desde ahí también lanzaba instrucciones a su gabinete, que siempre estuvo eclipsado por el Gran Tatloani, y que sólo cuando era estrictamente necesario les compartía su poderosa tribuna.Habrá que ver por eso, cómo cierra y pone fin a estas grandes sesiones colectivas que sólo un hombre con la disciplina y el tesón de AMLO pudo construir. Un fenómeno de comunicación único que ya se estudia por académicos y políticos de otras latitudes y que será para Claudia Sheinbaum todo un reto y gran riesgo continuar.