Cae Alfaro en las encuestas, repunta Alfaro en la carrera, Castro alcanza, Lomelí rebasa, Lomelí se desinfla, capitaliza Cosío. ¡Ya está todo jalisciense con los nervios de punta! Y si a esa carrera se le suma la nacional, ya de plano hay desmayos: Anaya sube, Anaya baja, Anaya puede, no no puede, no, es Meade, ¡Meade alcanza!, se cansa el tabasqueño, se baja Margarita, no, no se baja Margarita, el tabasqueño aventaja.Así están los pronósticos, y eso que hay punteros aparentes desde hace un par de años; imaginen la gastritis estatal y la dermatitis nacional si la imagen fuera de caballos empatados.Durante meses, la discusión pública internacional mandó al agujero del pasado a las encuestas. No sirven, no pronostican, se equivocan, no leen a los nuevos sujetos políticos, no detectan a los switchers; todo eso se escribió y de todo eso se debatió aquí, en Inglaterra, en España, en Estados Unidos, y luego, por qué no, lo olvidamos de inmediato.Y es que es divertido eso de que el puntero sube una micra de punto, baja dos, sube medio, lleva ventaja de 15 cuadras, 14, 13, 13 y medio, 13… sí, es divertido. Pero ya basta, ya fue suficiente, ya hay que detener esta locura.Las encuestas no sólo recuperaron su trono: ampliaron su reinado, enturbian las campañas y distorsionan la libertad de elección. No, no hay que equivocarse: ninguna de las encuestas es una primera ronda de votación que nos permita tomar decisiones para la segunda. Son fotos de procesos en construcción.Hay que saludar la excelente iniciativa de Mitofsky, que, en cada gráfico que publica, añade una leyenda sobre fondo rojo que dice: “Advertencia. Por favor nadie vea esto como un pronóstico, porque seguramente se equivocará”.Nadie más lo hace y todos deberían porque las encuestas no son pronósticos, son un termómetro para el agua del día. Y esa agua cambiará constantemente por una desoladora razón: la distancia entre los políticos y los ciudadanos se ha agrandado tanto, que la mayoría de los mexicanos, la mayoría de los jaliscienses, no está comprometida con una agenda ideológica o un partido político. Eso produce un voto volátil, dependiente del contexto, de la campaña, de la mercadotecnia, de la sonrisa del candidato, del nivel de enojo del día.Recuperemos la libertad para elegir y recordemos que nadie tiene la contienda ganada. Nadie la tiene perdida. Nadie tiene nada. Ningún candidato tiene el segundo lugar, ni el primero, ni el último. No tienen más que una campaña por delante para construirse un resultado el 1 de julio. Lo peor del debateLo peor del debate es ver vínculos a internet en lugar de respuestas. Lo que hizo Carlos Lomelí ante los cuestionamientos sobre su fortuna es un desagradable desaire a lo que pretende ser un intercambio intelectual y un duelo de contrastes. No, no se responde con vínculos a una página, ni con una referencia bibliográfica, ni con alusiones a Wikipedia. Que nadie lo tome como ejemplo, es una afrenta a la incipiente construcción de nuestros debates democráticos.(ivabelle@gmail.com / @ivabelle_a)