Qué importa que vivas en la cima de una montaña, al lado de un arroyo, en un paso a desnivel o en el ingreso a Plaza Sésamo: si el municipio te cobra impuestos es porque te reconoce como habitante y está obligado a otorgarte servicios. Punto.Justo ahora que terminaron las campañas, bien vale la pena recordar los anecdóticos momentos en donde las y los candidatos dejaron de bailar la horrible canción que su peor enemigo les diseñó para atreverse a prometer. ¿Y qué crees? Todos prometieron.Sin distinción de género, partido o jingle rebajado, todos garantizaron que, con una tacha sobre su nombre en la boleta, adiós a la inseguridad, al calor y al mal de ojo. Que al darles tu confianza sólo habría arcoíris, agua diáfana y un Playstation 5 en tu puerta.Lo hicieron los que hoy dicen que están en el poder, lo han hecho los que no tardan en entrar a la oficina donde se firman los documentos importantes y, no lo dudes, lo harán quienes eventualmente se atrevan a lucir su bello rostro en anuncios espectaculares.Así, al ritmo que dicta el artículo 115 de la Constitución, las autoridades que administran el municipio en donde vives tienen la o-bli-ga-ción de darte seguridad, calles en buen estado, recolección de basura, alumbrado público y, por supuesto, agua potable, drenaje y alcantarillado.Es más, si vives en la Zona Metropolitana de Guadalajara las autoridades de tu municipio hicieron fusión con las de otras localidades para conformar a su propio Transformer: el Sistema Intermunicipal de Agua Potable y Alcantarillado (SIAPA), y éste debe hacerse cargo de que no te seques en el estiaje y no te ahogues en el temporal. O, bueno, eso se supone.Y se supone porque, en la práctica, las autoridades no sólo han ignorado olímpicamente su compromiso, sino que hacen todo lo que esté su alcance para escapar de él.La vieja confiable es de todos conocida. Cuando rinden protesta alzan la mano y juran que harán cumplir y hacer cumplir la ley, pero cuando ya se embriagan de poder la culpa es de los horribles ciudadanos que tiran basura en las calles.Hoy, el escenario es Tlaquepaque. Específicamente, la Colonia Villa Fontana. Ahí, el, ¿Gobierno? municipal envió una circular para decirle a sus, ¿gobernados? que, debido al pronóstico de lluvias de esta semana, lo mejor que podrían hacer es tomar medidas de autoprotección porque el caudal de arroyos y canales, ¡Oh sorpresa!, crecerá.Y, en un auténtico derroche de ganas de cumplir y hacer cumplir la ley, de plano sugirieron a la gente que llevara sus muebles al segundo piso, que se fuera a un refugio y, cómo no, pusieron a disposición de los habitantes costales de arena para prevención.¿Arreglar el caos que avalaron cuando autorizaron que la gente viviera en la zona? Que lo hagan otros. A esta administración lo que le toca es poner el material para que la gente construya sus propias fortalezas anti-inundaciones.Desde hace años, los vecinos de la colonia han advertido riesgos. De hecho, en una junta vecinal que se realizó hace no mucho, una ciudadana de plano rompió en llanto porque se tuvo que salir de su casa debido a la pestilencia de las aguas negras que brotaron desde su baño y registro. Imposible volver para limpiar el efluvio maligno de la colectividad.Y si se lee así de feo, es porque lo es. Otra persona que vive exactamente al lado del canal tuvo que dejar su casa porque sus hijos tienen asma y el olor, asegura, es enfermizo. Un éxito más a la lista de razones por las que la Zona Metropolitana de Guadalajara es el epicentro de las fantasías animadas de ayer y hoy.En una ciudad que autoriza torres departamentales con la misma celeridad con la que llegan las sopas instantáneas al Oxxo, toca lidiar con cada vez más puntos de inundación y riesgo de que la casa se llene de miasmas. Al final, la culpa siempre será de aquellos seres de oscuridad que se han atrevido a arrojar su basura a la vía pública y nunca de las autoridades que te cobran por vivir en una zona de riesgo.Y por supuesto que sí hay un profundo dejo de misantropía al arrojar los desechos que generas en la calle, pero como autoridad, dejar en manos de los ciudadanos la solución a los males que éstos padecen es mucho más negligente.La guerra de los costales es real, las barricadas se encuentran en Tlaquepaque y el hecho ya alcanzó un nivel de absurdo tal, que ni el derribo de la estatua del Dios griego que elijas para evitar las lluvias va a superarlo.isaac.deloza@informador.com.mx