La hostilidad que priva en los espacios donde coinciden el alcalde de Guadalajara, Pablo Lemus, y el secretario del Sistema de Asistencia Social de Jalisco, Alberto Esquer, no empezó con un pleito en Twitter. Tras bambalinas, siempre ha existido una gran aversión entre ambos actores políticos.La notable ventaja en las encuestas que lleva el primero, sus tres periodos consecutivos como alcalde (dos en Zapopan, uno en Guadalajara) y el que desde muy temprano él mismo se destapó como aspirante a la gubernatura por el partido Movimiento Ciudadano, le han generado una notable antipatía por parte de un grupo muy cercano al gobernador Enrique Alfaro."Perverso", como lo calificó el hoy regidor Carlos Lomelí, el ex titular de la Coparmex tiene un plan bien trazado cuyo destino es la Avenida Manuel Acuña. Y no es un secreto, pues desde su primer día como alcalde en Zapopis, apuntó su flecha para ese domicilio.Pero, aunque él así lo ha pensado, no va solo.Desde el sexenio de Emilio González Márquez, los gobernadores han tratado de dar ruta a sus probables sucesores (“corcholatas”, les dicen hoy) a través de puestos clave. Y el puesto clave de aquel entonces era la Secretaría de Desarrollo Humano, que hoy no existe y que entonces encabezaba un personaje muy grande en deseos, pero muy reducido en posibilidades de lograrlo: Martín Hernández Balderas.El propio Aristóteles Sandoval hizo lo mismo con Miguel Castro en la Secretaría de Desarrollo e Integración Social. La lógica para tomar esa decisión es simple: estar al frente de la “cara bonita” del Gobierno impulsa su imagen, reparte apoyos y, en consecuencia, atrae una mayor cantidad de votos.Pues en el Jalisco de 2022, esa cartera está en manos de Alberto Esquer: un político de origen panista, conservador y con no pocos escándalos en el Congreso federal, donde fue señalado por sobornar a alcaldes a cambio de recursos para obra pública.Esquer ha sido alcalde de Zapotlán el Grande y secretario de Agricultura en Jalisco, donde, por cierto, puso en marcha uno de los proyectos más ambiciosos y, a su vez, más enterregados del Gobierno de la Refundación: A Toda Máquina.Él tampoco ha callado que su aspiración política es poner su nombre en la boleta por la gubernatura en 2024 bajo el cobijo de su nueva casa: Movimiento Ciudadano.Y pese a no gozar de la mejor opinión ciudadana actualmente, Enrique Alfaro se mantiene como una figura de respeto dentro del partido. Por eso, su juicio sobre el próximo aspirante naranja por el Gobierno de Jalisco no es sólo importante, sino determinante.Así, el líder moral de MC se encuentra en una encrucijada: jugar con Pablo Lemus es conveniente para el partido, pues significa mantener viva una marca que no atraviesa por su mejor momento en la Entidad, pero también implica dar más poder a una ficha que no está dentro del primer círculo de confianza.Y la prueba de ello es que la tercera elección que Pablo Lemus ganó en principio estaba decidida para Ismael del Toro, quien se retiró abruptamente de la vida pública por motivos personales.Desde ese círculo íntimo es donde el gobernador ha recibido asesoría para que reconsidere la postulación de Lemus rumbo a 2024. Ahí es donde tratan de tumbar el proyecto del ex conductor de noticias y empresario. A esa “grilla de arrastrados” es a la que criticó el propio Lemus en una declaración a la que Alberto Esquer y Manuel Romo –a saber: coordinador de MC Jalisco– lograron sacar fruto para generar división entre los principales adeptos que tiene el partido naranja.La buena noticia para los emecistas es que aún es temprano para componer; la mala noticia es que, si otro partido se adelanta y le echa el guante a quien hoy es su mejor perfil, jugarán en dos bandos rumbo a 2024, pues en ocho años ininterrumpidos de gobernar los municipios más importantes de Jalisco, Lemus ya construyó su propia estructura y puede darse el lujo de pelear en la boleta sin los que marchan contra Raúl Padilla.La peor noticia es que el daño está hecho. Hoy hay un mensaje público de división en el partido más fuerte de Jalisco y eso es exactamente lo que llevó al PAN al olvido, una década después de que la “corcholata” preferida del gobernador no llegara a las urnas.