La idea de las fronteras territoriales entre naciones se encuentra en tensión desde la década de los 90 en el siglo XX. En aquel momento, se argumentaba que la globalización económica era irreversible y que la integración de los países en bloques regionales era una tendencia que habría de acelerarse con el paso de los años.Sin embargo, la crítica que se hacía desde aquel momento, y que cada vez se muestra con mayor pertinencia, iba en un doble sentido: que la globalización era de mercancías y de flujos financieros, pero no de personas; y que dado el estilo de desarrollo depredador del medio ambiente lo que también se estaba globalizando en alcances y consecuencias eran los problemas de interés planetario, tales como el cambio climático, la pérdida de la biodiversidad, y por supuesto, el hambre y la pobreza.Poco se hizo para atender esos problemas de forma estructural, y hoy se expresan en consecuencias terribles para cientos de miles de personas en el fenómeno de la migración forzada, la cual tiene múltiples orígenes: la pobreza, las consecuencias del cambio climático; la reunificación familiar y la violencia generada, en algunos lugares por el crimen organizado; y en otros, por el propio Estado.En este contexto, el secuestro y asesinato de decenas de personas migrantes en San Fernando, Tamaulipas, fue apenas el prólogo del infierno que viven ahora las personas migrantes en situación irregular en todo el territorio nacional. Los eventos se multiplican en Chihuahua, Baja California, San Luis Potosí, Guanajuato, Guerrero y otros territorios permanentemente asediados por el crimen organizado.Ha habido igualmente muertes de decenas de personas en cajas de tráileres, en accidentes en que camiones de carga; y ahora, para colmo, la muerte de decenas de personas en instalaciones del Estado, donde la negligencia, corrupción e indolencia han hecho gala; evento que será una de las duras losas que pesarán sobre la presente administración.Esta situación nos ha llevado a varios a plantear que la frontera hoy está en todas partes; y que esto se complejizará cada vez más, porque la llegada de miles de personas, en cortos periodos de tiempo, somete a tremendas presiones a las autoridades locales, las cuales se encuentran abandonadas a su suerte, sin recursos ni capacidades para responder a una política que se diseñó sin consultarles, pero además, sin diagnósticos adecuados sobre las capacidades municipales para enfrentar la problemática.A ello se añade que el perfil de las personas migrantes se ha modificado aceleradamente; y ya no llegan al territorio nacional sólo personas que escapan de la pobreza, con predominio de origen en Centroamérica; llegan cada vez más personas de Haití, de Venezuela y otros países de América del Sur; pero también de nacionalidades que era poco común ver, proveniente de países asiáticos y africanos. Otra modificación sustantiva en los perfiles de la migración es que hay numerosas personas en busca de asilo; y muchas más que viajan como familias, sin dejar de lado el incremento de las niñas y niños que viajan solos.Estamos, pues, no sólo ante la cuestión de cómo atenderles en su etapa de probable tránsito; pero también ante el reto de comprender que decenas de miles se quedarán México; que probablemente se casarán y que muy probablemente tendrán hijas e hijos que serán, de pleno derecho, mexicanas y mexicanos, con raíces culturales ajenas a las nuestras; y que deberán ser reconocidas y protegidas bajo el mandato explícito de la Constitución.En este marco, otro de los factores relevantes es que la migración de mexicanas y mexicanos se ha incrementado; y que también son víctimas del mal trato y de la extorsión y el abuso, tanto de la delincuencia como de la autoridad.Nuestras fronteras se han diluido; por lo que valdría la pena pensar, parafraseando a Bauman, en que tenemos fronteras líquidas; pero que, como todo fluido, se amolda y toma la forma de aquello que lo contiene; y en nuestro caso, es nada menos que el desorden y el caos. @mariolfuentes1Investigador del PUED-UNAMMario Luis Fuentes