Corría el año 2014 y un par de meses después de la desaparición y vil asesinato de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, me encontré en los pasillos de la Feria Internacional del Libro a José Woldenberg. En aquel tiempo y llena de preocupación por alguna real erupción social en el país, le pregunté al mismo “Pepe” -como le dicen y decían sus muy cercanos- cómo veía él el panorama nacional. A mí me habían sorprendido, le dije, las manifestaciones tan numerosas que se veían por todo el territorio nacional; me había impactado conocer de primera mano a cientos de madres que enarbolaban la bandera del dolor por la pérdida de un hijo. Ese fenómeno lo había conocido con las Abuelas de Plaza de Mayo en Buenos Aires y desde ahí, la sensación de no comprender ese dolor ajeno, pero cómo me pesaba a mí, no me había soltado; vivirlo ahora en carne propia, con mi acento y en mi patria, me rompía, me sigue rompiendo el corazón. Me parecía entonces y ahora, obvia la natural politización del tema que generaba un antes y un después en la historia del país, o por lo menos, en el sexenio de Peña Nieto. Y no me equivoqué, este terrible “fenómeno” creció y hasta el día de hoy no vemos más solución que el acompañamiento psicológico a víctimas; de cómo se resuelva el tema, no tenemos ni nosotros como ciudadanos ni gobernantes, creo, la menor idea. No es que por el 2014 yo me fuera con la finta, pero mis amigos y yo misma habíamos atendido día a día cualquier novedad que se presentara ante la vorágine que se vivía en el país, al que tanta preocupación nos causaba a los de mi generación. No era casualidad, habíamos nosotros pasado nuestra adolescencia y temprana juventud bajo el mandato de Felipe Calderón, al que es increíble que no pueda responsabilizarse todavía por su mal llamada y mal llevada guerra contra el narcotráfico; crecer viendo cómo el país se va deshaciendo en las manos de los que viajábamos libres y seguros, íbamos y veníamos, no era paranoia, no volvería más.Impensable cómo, algunos miles de domingos después de aquella época más o menos, el pasado 2 de junio escogimos de manera más o menos ordenada y contundentemente a nuestra primera presidenta, la Doctora Claudia Sheinbaum. Ya el vox populi y cualquier radio pasillo hablaban del eminente triunfo que vendría para MORENA, pero los resultados finales son impactantes. En uno de los países con más altos índices de feminicidios, de violencia contra la mujer en todas sus formas: económica, laboral, doméstica, escogimos desde un principio dividir la elección, hombres y mujeres al votar fundamentalmente por dos candidatas. Fuimos millones a las urnas y ahí están los históricos resultados. La esperanza, el enojo, las tragedias familiares y el ánimo colectivo guardan todavía uno o varios secretos, muchos más de los que dijeron a sus círculos cercanos que votarían por Xóchitl, realmente votaron por Sheinbaum. No me dan los números si ese secreto no fuera así. Más de alguno no está diciendo que lo hizo porque le da vergüenza, o miedo a la opinión pública, o no sé qué.Cuando Woldenberg me dijo en 2014 que cualquiera llenaba un Zócalo, que en México éramos muchos, que realmente lo que pensaba el pueblo no lo sabíamos los que salíamos a marchar, los que teníamos el tiempo de dejar nuestros trabajos y familias para hacerlo, me recordó estos últimos días de esa falsa ilusión que los de la Marea Rosa querían mostrar a unos particulares medios para llegar a unos particulares hogares. El pueblo, no sé si es sabio, pero está claro que supo exactamente lo que quería. Y como dijo Juan Gabriel “así fue”.argeliagf@informador.com.mx • @argelinapanyvina