Los recientes reportes de prensa han destacado el enorme impacto de una falla en los sistemas informáticos que paralizó aerolíneas, aeropuertos, bancos, hospitales y millones de computadoras personales en todo el mundo. Estas reflexiones se centran mayormente en la fragilidad de estos sistemas interconectados y en la urgente necesidad de construir una red mucho más segura y resistente, no solo ante ataques cibernéticos sino también ante fallas internas. Sin duda, ya se están haciendo enormes esfuerzos tecnológicos para remediar y prevenir estas fallas, esfuerzos gestionados por la propia industria y respaldados por las autoridades nacionales por razones de seguridad.Sin embargo, esta falla puede y debe ser vista desde otro ángulo: como una llamada de atención sobre un tema ético crucial, la regulación de los avances tecnológicos, especialmente la inteligencia artificial (IA). Desde hace meses, muchas voces en la industria tecnológica han advertido sobre los peligros del desarrollo de la IA, que puede ser utilizada con fines nocivos para la humanidad o que incluso podría volverse autónoma en detrimento del género humano. El debate se ha polarizado entre quienes pugnan por establecer límites legales impulsados por las naciones y quienes defienden la libertad de investigación y desarrollo tecnológico. En Europa ya se han establecido las primeras normas, mientras que en Estados Unidos aún se debate la pertinencia legal, estratégica y moral de una regulación de este tipo.Para complicar aún más la situación, debemos considerar que las naciones sin regímenes democráticos están decididas a impulsar la tecnología de la IA sin ningún límite, con el propósito de obtener ventajas militares y de influencia global. Occidente, por su parte, se mantiene activo en el desarrollo de IA para no quedar atrás de países como China, Corea del Norte, Rusia e Irán, que buscan convertirse en plataformas de desarrollo tecnológico a gran escala, capaces de disputar la hegemonía en la ciencia aplicada.La cuestión de fondo es quién tiene el derecho u obligación de regular este desarrollo. Nunca antes había sido tan apremiante responder a una pregunta de este tipo, dado que la sola acción de una nación o bloque no es suficiente. Se requiere la acción coordinada de todas las naciones del mundo para lograr resultados efectivos que brinden tranquilidad al género humano. Esto es especialmente difícil en un contexto de disputas bélicas y polarización económica, financiera y tecnológica. Por otro lado, las empresas tecnológicas, responsables del desarrollo y operación de estos sistemas, tienen un poder creciente que, en muchos sentidos, supera al de los estados nacionales. Entonces, también debemos preguntarnos quién debe regular a estos actores transnacionales que determinan las plataformas sobre las que operan los gobiernos, el sistema financiero, las fuerzas armadas, los satélites y la salud de la población. La respuesta, una vez más, trasciende a los gobiernos nacionales y exige una respuesta global que aún no existe.Lo sucedido hace unos días es una clara muestra de que navegamos por las aguas procelosas de un mar que no conocemos. Estos fallos sin precedentes deben ser un argumento contundente para poner en la agenda del debate global la urgente necesidad de establecer límites y cauces a la tecnología de punta en todos los campos que puedan poner en peligro a la humanidad. Todavía estamos a tiempo de actuar para evitar que, en lugar de una simple falla, un acto hostil sorprenda a la civilización y ponga en riesgo su futuro.luisernestosalomon@gmail.com