Sábado, 23 de Noviembre 2024

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La enfermedad de los prejuicios

Por: Gabriela Aguilar

La enfermedad de los prejuicios

La enfermedad de los prejuicios

¿Cómo tratas a alguien que padece COVID-19 o que ya tuvo la enfermedad? Tal vez es tu vecina o tu compañero de trabajo. ¿Te comportas de manera habitual? Esas preguntas se las planteé hace unos días a un buen amigo que es estilista y me contestó con voz entrecortada: “Creo que a las personas con COVID-19 las pueden tratar igual que a mí cuando un cliente llega y dice que quiere que lo atienda cualquiera menos yo, por ser gay, porque cree que tengo VIH”.

A pesar de los años, los avances tecnológicos y científicos, las tragedias y los cambios, los prejuicios y la discriminación reaparecieron durante la pandemia en una versión recargada; así como ocurrió el 5 de junio de 1981, cuando el Centro para el Control y Prevención de Enfermedades en Estados Unidos anunció oficialmente la aparición del VIH/SIDA. Han transcurrido 39 años desde entonces y estamos en un momento decisivo para poner a prueba la solidaridad y humanidad frente a un virus que no podemos controlar, que se puede adquirir en cualquier lado, que presenta un orden errático. Un virus al que le tenemos miedo, sí, pero ese sentimiento se combate enfrentándolo, con toda la información oficial que podamos conocer. Estamos prácticamente obligados a hacerlo, es parte de nuestra responsabilidad social.

A todos nos tomó por sorpresa la pandemia y en medio de la cuarentena que muchos deben cumplir, los protocolos de regreso a la nueva realidad para las personas que resultaron positivas a la enfermedad son un tema complicado que por momentos resulta doloroso.

Hice un ejercicio con 10 personas que tienen COVID-19 o están en la etapa final, a punto de superarlo. Todas, afortunadamente, con tratamiento en casa. Este fin de semana intercambiamos mensajes por teléfono celular y ocho de ellas coincidieron en que el trato que les han dado ha sido diferente. Una me contó la anécdota de que el guardia de seguridad del edificio donde vive le pidió que lavara su carro que estuvo estacionado por semanas, porque según él, podría ser un foco de infección. Otra me dijo que tras pedirle a un conocido que le comprara una medicina, cuando quiso pagarle, él prácticamente se fue corriendo y le respondió que otro día lo arreglaban. También resultó afectada la mamá de un bebé de seis meses, al que hasta hace poco dejó de amamantar; ella permanece aislada de toda su familia en una casa que solían rentar. Me explica que le dejan sus alimentos por la ventana, “como perro”, relata entre risas nerviosas.

Mientras escribía esta columna un compañero me envió un correo electrónico en el que se lee: “Resulté positivo y no quiero ser una amenaza para mi familia, ya hice mis trámites y el lunes (ayer) pasan por mí para llevarme al lugar de aislamiento de la Universidad de Guadalajara, todo bien, estoy recuperando poco a poco el olfato con los medicamentos”. Fue inevitable sentir un nudo en la garganta.

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