Educar es uno de los verbos con mayores significados posibles y del mayor calado posible. El Diccionario de la lengua española define a ese verbo como la acción de desarrollar o perfeccionar las facultades intelectuales o morales del niño o del joven, por medio de ejercicios, preceptos o ejemplos.Esa definición es, sin embargo, corta. Porque deja fuera la posibilidad de que las personas adultas también sean educadas, entendiendo que también puede tratarse de un proceso de largo plazo o que, en el contexto demográfico en que vivimos, puede llevarse a cabo en distintas edades de la vida y con diferentes propósitos.En las últimas décadas en México se impuso una perspectiva de la educación centrada fundamentalmente en la construcción de capacidades profesionalizantes y de competitividad para la vida productiva y laboral, respondiendo a un enfoque que privilegia la formación de “capital humano” con las destrezas suficientes para responder a las demandas de mercados cada vez más injustos y concentradores de la riqueza y los recursos.Sin duda, la pregunta frente a ello es qué tipo de educación se requiere y qué pedagogías y contenidos son los pertinentes para avanzar hacia un sistema educativo nacional que, sin renunciar a las exigencias de construcción de capacidades laborales, pueda fomentar y de hecho pueda recuperar valores esenciales para la democracia tales como la tolerancia, la igualdad, el respeto a la legalidad y a la autoridad, así como la solidaridad entre personas y colectivos.Nuestro artículo 3º constitucional es un faro guía en ese sentido, pues entiende a la educación como un proceso para promover y lograr la superación espiritual de la población; y ello requiere de mucho más que de capacidades técnicas y teóricas; exige también una potente formación cívica a favor del laicismo, de la pluralidad y la diversidad; a la par de una comprometida posición a favor de los derechos humanos.Una educación auténticamente popular será aquella que promueva el amor por las regiones; el rescate y la protección de tradiciones que forman parte del patrimonio cultural de la nación; del rescate y promoción de las lenguas indígenas; y del arraigo, conocimiento, protección y conservación del patrimonio natural.A la par de lo anterior, México está muy rezagado en la creación de ciencia de frontera; y también en el desarrollo de tecnología propia en prácticamente todas las áreas del saber. Por ello, se necesita un nuevo impulso tanto presupuestal, como para la construcción de un nuevo programa nacional de desarrollo científico y tecnológico que nos permita superar los rezagos en las áreas prioritarias: generación de energía, todo lo relacionado con la salud, la prevención y atención de desastres; pero igualmente, en ámbitos de las ciencias sociales en lo que respecta a la construcción de ciudades incluyentes; y sobre todas las cosas; la generación de una nueva cultura de paz y convivencia armónica.En ese sentido, es una buena noticia que la presidenta electa haya decidido elevar a rango de Secretaría al CONAHCYT; lo cual igualmente impondrá el reto de asegurar una adecuada coordinación con la red de universidades públicas, privadas y con los centros de investigación y desarrollo tecnológico para fortalecer a la educación superior; así como con la propia SEP.Sin duda, para la presidenta Sheinbaum, construir un nuevo sistema educativo nacional como el mencionado será uno de sus mayores retos; y de conseguirlo, uno de sus mayores logros. Porque se trata de una agenda urgente: más de un millón de niñas y niños fuera de la educación básica; sólo 7 de cada 10 acceden al bachillerato; y sólo 33 de cada 100 ingresan a la educación superior. Hay casi 30 millones de mayores de 15 años sin concluir la educación básica, y entre ellos, más de 4 millones en condición de analfabetismo.Educar para el bienestar y la felicidad de las personas es uno de los grandes retos incumplidos en nuestro país. Un nuevo consenso nacional para lograr ese propósito es posible; pero el desafío está en construir el diálogo para que ello ocurra.